Opinión
El sobaco de Irene
A los padres no se les elige. Quiera o no Rufián, somos hijos de Don Pelayo y de Abderramán III, de Séneca, de Adriano y Recesvinto, si bien la lista de los reyes godos es tan larga que no cabe en un tuit y es fácil equivocarse con esos nombres endiablados si a Millán Astray, tan del vulgo, lo llamas Millán Estrey. Ser vástago del señor de Covadonga, más que una vergüenza, como colegía el sabio de ERC, debiera ser un honor, como del Cid, al que los comunistas de la segunda república, he ahí Alberti, sentían su destierro como propio. Claro que Rufián debió quedarse en la película de Charlton Heston y en los poemas del maltratador Neruda y una canción desesperada. La reescritura de la historia va camino de convertir nuestro pasado en un «fake» por lo que llegará un día que seamos bebés robados procedentes de una noche en Miami con Colate.
Pase lo que pase hoy, lo que ya es imborrable es que el espectáculo de los padres y madres de la patria fue un intento de borrado cerebral, todos tienen un cadáver en el armario pero intentan ponernos delante aquel artefacto de «Men in black» que hace olvidar lo vivido. Aquí no ha pasado nada. Ni en los 140 años del PSOE ni en los 88 de ERC. Mientras atiza la ola de calor, una niebla fría se adentra en el hemiciclo, el vaho de los ausentes, tan gótico. Bécquer es un monumento a la cursilería, pero es lo que tenemos más a mano si hablamos de tapias de cementerio, además de Zorrilla cuyo apellido puede dar lugar a erróneas interpretaciones. Al cabo, mucho farfullar de educación y no pasarían un examen de la ESO o el test de cultura general de los colaboradores de «Sálvame», que viene a ser lo mismo.
La mayoría de los diputados no tienen España en la cabeza porque no la conocen, solo la que pende de su ombligo, y en su lugar hablan de una entelequia donde un jubilado estudia e Indalecio Prieto fue un fantasma que usaba pistola de agua. Pelillos a la mar, menos los del sobaco de Irene Montero, el «trending topic» de la investidura y tal vez de la Legislatura. Las ministras «Vogue», entre las que estaba Carmen Calvo, con pieles en el sofá, cuánta Transición Ecológica, han variado el «dress code». Hemos constatado que las chicas lucen vello y los chicos se depilan. Para cómo está la nota de corte no está nada mal el aprendizaje. Esta investidura se coge por los pelos. Algunos los tienen bien crecidos aunque no lo parezca por sus discursos párvulos. Irene sí que es mujer de filamento entero. Don Pelayo lucía tirabuzones en las piernas. Qué antigüedad.
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