Opinión
El Paso
Al asesino Patrick Crusius, con cara de loco, le dio por disparar en una tienda de Walmart para «defender a mi país de una sustitución cultural y étnica provocada por una invasión», según rezaba un manifiesto que la policía le atribuye. Pero si existiese algo así como un aberrante «derecho étnico» a habitar en determinado lugar, los hispanos recién muertos en la matanza de El Paso lo tendrían en mayor medida que los wasps, los blancos protestantes americanos. Porque El Paso, en concreto, es demográficamente el producto del mestizaje de los exploradores españoles con los indios locales.
Según refiere el «Los Angeles Times», Crusius es un joven de apenas 21 años, licenciado en un college de Dallas. Sus compañeros refieren que solía estar aislado y era objeto de burla, por su forma de hablar y vestirse. Era irritable y despreciaba a quienes se interesaban en actividades deportivas o musicales. En Linkedin, una web para buscar trabajo, Patrick no manifestaba particulares capacidades, excepto una vaga preferencia por el desarrollo de software.
Trabajaba en un supermercado como empaquetador. De forma paralela a lo que ocurre en España, las licenciaturas universitarias se han multiplicado y popularizado en Estados Unidos, a la vez que los niveles académicos se han hundido. El resultado es una oleada de jóvenes con título y escasa formación que no pueden aspirar más que a oficios básicos y poco remunerados. Todo esto me recuerda a los jóvenes más racistas que conozco. Gente sin grandes aspiraciones, sin pasiones culturales, convencida –también entre nosotros– de que alguien les ha robado un destino del que se sienten merecedores. La argumentación de que «otros» (chinos, musulmanes, hispanos) nos están sustituyendo racialmente está creciendo. Incluso la de que las raíces culturales y religiosas de Europa se están desdibujando. Confieso mi perplejidad porque los autores de semejantes afirmaciones son, a menudo, francamente indiferentes a la religión y a las citadas raíces. También me sorprende la ceguera a la hora de diagnosticar las razones de la paulatina reducción de la llamada población «blanca». En Europa no nacen niños porque los europeos no los tenemos.
Es cierto que los jóvenes tienen difícil independizarse, pero muchos que sí tienen recursos creen que los hijos son una «opción de vida» que no comparten.
Que vengan personas de otros colores es, además de una trágica e inevitable circunstancia histórica, una necesidad y una oportunidad. Basta ver las películas que captaron las oleadas brutales de emigrantes a América, cuando Europa pasaba hambre, para comprender que la gente puede ser una fuente de riqueza y creatividad. Si nuestra sociedad está triste o es improductiva, como Patrick Crusius, debemos buscar en otro lugar las razones. Y no culpar a las personas que sólo aspiran a vivir mejor.
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