Opinión

Las Españas que te hielan

Rojos y azules, clericales y anticlericales, internacionalistas y nacionalistas, estoy hasta las narices de esta España de blancos y negros, de nuestra incapacidad para el consenso, de nuestra maestría en el enfrentamiento. «Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón» escribía, con toda actualidad, Antonio Machado.

Una de las dos Españas se regocija hoy por el traslado del cadáver de Franco desde el Valle de los Caídos al Pardo. La otra, lamenta el hecho. Las dos son más enemigas del hermano español que piensa distinto que de un conmilitón alemán o francés. Es doloroso y muy, muy cansino para la generación nuestra, los baby boomers, los nacidos entre 1959 y 1970. Estamos hartos de los cainitas y de sus herederos, gente como Pedro Sánchez, que creció al borde de la Castellana, en la calle Comandante Zorita (y no en un barrio obrero, como gusta de repetir), que es hijo de funcionarios del régimen y que visitó el mejor instituto de Madrid, el Magariños.

En el día de hoy me acuerdo de Manuel Altolaguirre, uno de los poetas que más me gustan de la Generación del 27. El hombre, que era un burgués malagueño de nacimiento, hijo de juez, nacido en El Limonar, alumno de los jesuitas, se hizo de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y director de la famosa Barraca, la compañía de teatro de Federico García Lorca, pero la guerra le partió el corazón. Porque su hermano Luis fue fusilado por los anarquistas en las tapias del cementerio de San Rafael, y su hermano Federico, militar y amigo de Franco, sería fusilado por los republicanos. Manuel Altolaguirre colapsó. Huyó por los Pirineos de este país imposible, pasó por los campos de concentración franceses y fue ingresado en una institución psiquiátrica, hasta que lo recogió en su casa Paul Eluard.

En honor a la verdad hay que decir que el exilio de Altolaguirre en Cuba y México, donde se dedicó sobre todo al cine, se interrumpió con naturalidad en 1950. Regresó a Málaga y colaboró con la revista «Caracola». En 1959 vino para presentar fuera de concurso en el Festival de Cine de San Sebastián su película «El Cantar de los Cantares». A la vuelta a Madrid, su coche se estrelló. Su mujer falleció en el acto y él tardó tres días en morir. Lo hizo besando un crucifijo. Está enterrado en el madrileño San Justo.

Estoy segura de que Altolaguirre abominó de la guerra y de las ideologías que nos llevaron a ella. Del fratricidio que acabó con hermanos tan dispares. En este día en que muchos españoles siguen distinguiendo un bando de españoles malos y otro de buenos, yo quiero rendir homenaje a los tres Altolaguirre.