Opinión

Ahora se entiende todo

Me llama la atención la manera en que, a diario, doy con gente que se sorprende por la distribución del voto en España y, sobre todo, por las tesis de izquierdas y derechas. Desde mi punto de vista, hay datos que arrojan una luz extraordinaria. Me explico. Si miramos, por ejemplo, hacia Galicia, resulta que de los más de 1,8 millones de gallegos que el año pasado declararon sus ingresos a la Agencia Tributaria, sólo un 45 % tiene como única base de ingresos su salario. El otro 55 % vive gracias a prestaciones públicas. Asturias y Extremadura son las únicas CCAA con una mayor tasa de dependencia que la de Galicia. En el otro extremo está Madrid, donde seis de cada diez contribuyentes viven solo de ingresos procedentes de su trabajo. Madrid presenta un panorama que, por ejemplo, en Estados Unidos, se consideraría lamentablemente socialista, pero que, en España, se halla ocho puntos sobre la media nacional donde los asalariados sin otras rentas que su nómina representan el 52%. Los datos son apabullantes. En regiones enteras, como Galicia, Andalucía o Extremadura, la mayoría de la población – siquiera más del cincuenta por ciento – vive del dinero público. Con el 48 por ciento de los declarantes dependiendo para su subsistencia del dinero estatal nadie puede pasmarse porque haya millones de personas que voten a partidos situados a la izquierda, que millones entreguen su voto a los comunistas de Podemos y que más millones todavía perpetúen en el poder indefinidamente a las oligarquías nacionalistas que controlan determinadas regiones. Tampoco extraña que, en buena parte de la población española, haya calado la idea de que no hay que crear riqueza sino despojar de ella a los que la crean, en mayor o menor medida, para mantener a millones que no la producen en absoluto. Detrás de esta deplorable situación establecida desde el poder no contemplo algo diferente que el ansia de retenerlo. Esa realidad innegable va desde regiones históricamente votantes de la izquierda como Andalucía o Extremadura a otras habitualmente votantes de la derecha como Galicia y, por supuesto, incluye las controladas siempre por el nacionalismo como Vascongadas o Cataluña. A cambio de ese dinero, millones renuncian incluso a su libertad y siguen votando pertinazmente a gente que deja mucho que desear. Cuando se percibe esta realidad matemáticamente irrefutable, en España se entiende todo o casi.