Opinión
Europa incoherente
Concluida la Cumbre del Clima (COP25), se extiende la idea de la timidez de sus resultados por no hablar de fracaso; sobre todo se resalta que ya venía debilitada por la ausencia de las economías más contaminantes USA, Rusia, China e India- o la actitud de potencias como Japón o Brasil que sí acudieron. Este panorama hace que la Unión Europea asuma un especial protagonismo, un protagonismo no exento de relevantes incoherencias. Cuando hablo de incoherencia no me refiero a las protagonizadas por variados santones, santonas y santoncillas de la ecología, iconos planetarios cuya vida privada es un muestrario de prácticas contaminantes o, sin más, ejemplifican hasta dónde se puede llegar en las aportaciones al estupidiario global, como hizo el príncipe Harry de Inglaterra, que no quiere tener más de dos hijos por el bien del planeta. No, me refiero a otras incoherencias de mayor fuste que caracterizan a la propia Unión Europea y en aspectos nada baladíes sino ligados a la «otra ecología», al «otro medioambiente» que es inescindible del natural porque son complementarios. Me refiero al medioambiente humano.
Y es que coincidiendo con la COP25 saltaron dos noticias. Una nacional, y es que hemos sabido que nuestra catástrofe demográfica va a más, que hay más fallecimientos que nacimientos y que estamos al nivel de natalidad de 1941. Y días después se conocía una sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea a propósito del movimiento One of us, en español Uno de nosotros .Tal movimiento aglutina a casi todas las organizaciones pro-vida y pro-familia europeas y puso en marcha una iniciativa ciudadana europea de las más exitosas –llegó a recoger unas dos millones de firmas– para que en la Unión Europea sus instituciones garantizasen la protección de la humana desde su concepción, especialmente respecto de la dignidad del embrión humano.
Esa iniciativa la rechazó la Comisión Europea, lo que ha confirmado el Tribunal europeo. Las razones de la sentencia no extrañan a la vista de los limites de la regulación de estas iniciativas y que hace que su ejercicio no implique un derecho de obtener lo pedido, sino una invitación o sugerencia para que las instituciones europeas actúen en el sentido propugnado. Lo relevante es la actitud distante de la Comisión Europea ante la dignidad humana respecto del aborto, la investigación con embriones humanos, las ayudas al Tercer Mundo –que suelen incluir ayudas al aborto–, más la eutanasia o las políticas sobre la familia.
Surgen así incoherencias superlativas por la distinta actitud de la Unión ante el medioambiente natural y el humano. Así será un tópico –y no por ello carece de razón– resaltar la incoherencia de defender a los animales y se tilda como avance que las mujeres puedan libremente acabar con la vida del no nacido, o que la ayuda europea al desarrollo del Tercer Mundo se condicione a que los países beneficiados generalicen el aborto; en fin, es incoherente la inquietud por la desforestación del Amazonas y que se calle ante desforestación demográfica europea, dramática en España; o se admita que la naturaleza de la familia puede alterarse sin consecuencias para el ecosistema humano cuando se desnaturaliza la idea de matrimonio o se impone una visión altamente contaminante de la identidad sexual o se acepta meter la ideología de género en la COP25.
En definitiva, poca coherencia hay en las políticas medioambientales europeas en las que busca el liderazgo de su conservación y a la par busca el liderazgo en la destrucción del hábitat humano. Europa verá que tras el calentamiento planetario hay un trasfondo de codicia y ambiciones economicistas, pero respecto de la ecología humana Europa asume un discurso libertario en el que –aquí sí– todo vale, lo que le lleva a imponer su particular negacionismo: el que rechaza que el hábitat humano esté aun más amenazado que el natural. Es más, impone un «afirmacionismo» que exige afirmar que la destrucción de ese hábitat humano es sinónimo de libertad, de tolerancia y rechaza toda regla objetiva que limite destrucción. Desde su lógica no hay un ecosistema humano que defender desde el momento en que parece negar que haya una naturaleza humana que responda a la verdad sobre la persona.
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