Opinión

La confesión del contador

Seguramente, no muchos de ustedes conocerán a Hugo Macchiavelli. Periodista y escritor argentino, acaba de publicar un libro de lectura obligatoria titulado «La confesión del contador». En sus páginas, habla Manzanares, el contable con el que contó el matrimonio Kirchner para establecer una colosal trama de corrupción. No voy a detenerme en el relato porque daría para varias temporadas de una serie de televisión. Sí voy a señalar algunas de las lecciones que se extraen de su lectura. Primera, el objetivo principal del latrocinio tiene que ser el presupuesto público. De ahí se puede robar impunemente y además las cantidades pueden aumentar indefinidamente mediante las subidas de impuestos, las acciones ilegales de la Agencia tributaria y el endeudamiento nacional. El dinero, a fin de cuentas, lo ponen los ciudadanos. Segunda, se pueden robar miles de millones, pero algo hay que dar. Los empresarios, los jefes de ONGs, los sindicatos, los gays, las feministas, los parias de la tierra tienen que recibir su parte del despojo para movilizarse cuando se les dice y para dar una apariencia de justicia y de justificación al saqueo. Tercera, es esencial contar con jueces amigos. Los magistrados creativos en su interpretación de la ley se merecen lo que se les dé. Cuarta, a partir de cierto nivel de expolio, hay que ir sacando el dinero fuera del país. El producto del robo ya es descarado y, por lo tanto, conviene obtener asesoramiento para ver cómo se invierten las cifras extraídas de los presupuestos públicos. Quinto, siempre hay periodistas amigos suponiendo que se haya cultivado su amistad. Esa publicidad, ese apretón de manos, esa concesión a tiempo y la industria del saqueo irá sobre ruedas bien engrasadas e incluso será alabada. Cuando estas lecciones se tienen en cuenta no sólo el beneficio está más que asegurado, sino que, por añadidura, la impunidad es punto menos que inatacable. Ahí tienen ustedes a doña Cristina empapelada en multitud de causas y con menos posibilidades de acabar en prisión que si se llamara Pujol. ¡Ay, qué ingenuos son los que piensan que hay que asaltar trenes, bancos o gasolineras! El atraco verdaderamente extraordinario se practica desde los sillones del poder mediante el Boletín Oficial del Estado; tiene como instrumentos indispensables la deuda y la Agencia tributaria y como víctimas ineludibles a las sufridas clases medias. Pero claro que eso sólo pasa en Argentina.