Opinión

Un gobierno sobrepasado

La manoseada unidad empieza a hacer aguas. Pedro Sánchez ya tiene el aval del Congreso para prorrogar quince días el estado de alarma. Pero este miércoles se ha topado en el hemiciclo con un frente crítico con su mala gestión. Era lo lógico. El jefe de la oposición, Pablo Casado, lo ha encabezado. No tenía otra. El presidente del PP, moderado y ecuánime en estas semanas convulsas, está en una situación endemoniada. Vive un difícil equilibrio entre el respaldo comprometido, por responsabilidad de Estado, en la lucha contra la pandemia, y la obligación de denunciar el cúmulo de errores del Gobierno. Han sido tantos. Hay tantas insolvencias gubernativas cuando más se necesitaba la eficacia. Tan es así, que en los ambientes socialistas empieza a darse por perdida la batalla de la opinión pública. Es lo que tiene vivir, como Sánchez, permanentemente atento a reducir el abismo entre él y la ciudadanía. Sin embargo, lo único que está consiguiendo con su gestión es acrecentar la indignación, por mucho que Moncloa crea que sus males se arreglan subiendo al líder al atril a soltar mítines envueltos en retórica emocional. El pecado original de haber priorizado las concentraciones del 8-M sobre la salud de los españoles es una rémora de peso insoportable. De hecho, con la enfermedad en plena ebullición, cuando el ciudadano más tiende a buscar la seguridad de sus gobernantes, la valoración de Sánchez no deja de caer. «Cuando las aguas de la crisis sanitaria empiecen a regresar a su cauce, el enfado con el Gobierno se disparará», avisa un experto demoscópico.Por si esto no fuera suficiente, el líder socialista se ve atado por las grescas de su coalición. Sus «socios» son los más desleales. Aprovechan el río revuelto para desatar sus obsesiones: empresas privadas, bancos o, incluso, «los borbones». En el peor momento, al Gobierno se le amontonan las discusiones. Pablo Iglesias y los suyos, a golpe de filtraciones (sea sobre el ingreso vital, sea sobre la suspensión del pago de los alquileres), obligan a Nadia Calviño y María Jesús Montero a alertar permanentemente sobre decisiones que pueden suponer un volumen tan ingente de gasto que sea imposible superarlo. Ya se sabe: si se elige a gobernantes imbuidos en el pernicioso ideologismo, luego, cuando las cosas vienen mal dadas, en lugar de políticos válidos encontramos a los mandos a puros chamanes.