Coronavirus
La importancia de llamarse Carmen
Quienes tienen capacidad para aguantar de pie una situación crítica como la que padecemos tienen también la obligación de poner todo su valor al descubierto
He estado dudando en titular este artículo de domingo “La importancia de llamarse Carmen” o bien “Los amigos en tiempos del virus”, y me he decantado por el primero porque, en este caso, el uno va implícito en el otro. He tenido una gran amiga, mentora, referente, consejera y hasta si, desde donde esté, me lo permite, jefa política, que ha sido Carmen Balcells. Para muchos, y para mí también, la mamá grande. Grande en todos los aspectos: el físico, el humano, en el de la generosidad, en el del rigor, en el de la bondad y hasta en el del orden. Ahora otra Carmen, Carme Riera, se acuerda de mi modesta persona para un trabajo que está haciendo sobre ella. Siempre me miró con sonrisa, con aprecio diría yo, y en estos días de encierro y hasta de introspección me hace sentir bien con esos correos que me remite pidiéndome recuerdos, esas líneas grabadas a fuego en nuestra frente que conforman el acopio de los días de nuestra vida. Son importantes los amigos en tiempos del virus, sobre todo los inesperados como Carme, porque nos hacen sentir fuera del olvido en que muchas veces nos creemos inmersos. No sé si se va a arrepentir de estos mails que amable e ingenuamente me remitió esta semana, porque cuando se desata mi torrente de ideas –“ideicas” que decía Carmen, inspirada por el gran Gabo-, soy bastante imparable. Es peligroso darme cuerda porque llega un momento en que no sé parar, aunque el respeto que me inspira mi interlocutora me impedirá ser la intensa que llevo dentro, aunque a veces no lo parezca.
En cuanto a los amigos que habitualmente me acompañan figuran los que están enfermos y se van, sin previo aviso, pocas semanas después de que hayamos cenado juntos. Los que se resisten a irse y luchan como el Cid Campeador, aun después de muertos. Los que siguen vivos porque la naturaleza está siendo benigna con ellos y quienes charlamos cada día al amparo de un gin tonic bien cargadito que nos permita hacer risas y hasta humor negro, que me encanta. No tengo vecinos visibles y, por tanto, no puedo salir a las ocho de la tarde cada día a aplaudir porque solo me escucharían los murciélagos que todavía hibernan en sus nidos.
Estoy que ni me reconozco sin hablar de políticos, que para eso ya están los innumerables wahtsapps que cada día recibimos y que borro directamente sin perder el tiempo en abrirlos. ¡Qué desocupada está la gente Dios mío! A mí me faltan horas, aun sin salir de casa, porque como decía Marañón soy un trapero del tiempo, y con retales de aquí y de allá voy haciendo cosas. Lo importante del tiempo es no perderlo, hagamos lo que hagamos, aunque sea ordenar armarios o limpiar. Que nadie tenga la arrogancia de menospreciar a quienes friegan, porque cada cual invierte sus minutos según sus necesidades o su inspiración.
En estos dos últimos días dos Cármenes han sido mi motor y mi entretenimiento en mis momentos de insomnio, que son muchos. Hace años que no duermo seguido y pensar, hacer operaciones aritméticas sin papel y lápiz o, simplemente, recordar, son ejercicios que mantienen engrasado el cerebro y, hasta incluso, nos producen placer porque el que no tiene recuerdos, no tiene vida como bien me decía una amiga a quien la memoria ya le falla por la edad. Practiquemos, pues, la dulce gimnasia de mirar al techo y recordar... recordar... Y volar... volar...
✕
Accede a tu cuenta para comentar