Opinión

«Mutualizar» los errores

La población siempre es partidaria de acuerdos cuando el futuro se presenta negro. Y es difícil encontrar un momento de tanta tribulación como el que vivimos. La ocasión merece la mano tendida de los políticos por el bien de los españoles. Sin egoísmos. Sin atajos partidistas. El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, lo sabe bien. Pero teme que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, utilice la zozobra social para obligarle a un trágala, so pena de ser demonizado si lo rechaza. En caso de llegarse a buen puerto, el líder socialista quedaría blindado ante la crítica; y en caso contrario, seguiría jugando al marketing achacando el fracaso a la corta altura de miras del Partido Popular y a su falta de sentido de Estado. De ahí que ayer el líder de la oposición en el Congreso de los Diputados plantease su sospecha de que las cartas del juego están marcadas. «Difícilmente puede aspirar a reescribir la Transición quien no es capaz de negociar un decreto. Lo suyo es un trampantojo», dijo Casado mirando al escaño del presidente del Gobierno. Hace apenas unos días, Sánchez ni siquiera consideraba oportuno llamar al presidente del Partido Popular. Hasta hoy toda la acción del mandatario socialista ha sido a golpe de decretos ley y basada en los hechos consumados. Por más que se dé la paradoja de que «necesita trasladar, dentro y fuera, una imagen de acuerdo». Al menos eso manifiestan sus colaboradores cercanos. Como inquilino de La Moncloa le convendría asentar la idea de político capaz de aunar posiciones, porque sin unidad es imposible afrontar la ingente tarea precisa para superar la crisis. Sin embargo, su mensaje no es demasiado halagüeño. En román paladino: «O conmigo o contra mí». El presidente del Gobierno estaría dispuesto a retoques cosméticos en su política, pero en ningún caso a giros bruscos. Además, en La Moncloa consideran que la concertación es casi imposible. PP y Unidas Podemos jamás se van a poner de acuerdo. Y el PSOE sanchista no quiere renunciar a su coalición con Pablo Iglesias. Basta escuchar el discurso de la pirómana Adriana Lastra para comprobar hacia el lado que derrota el socialismo. Así que nada invita al optimismo, ni siquiera cuando los informes dibujan una recesión peor que la de 2008, con una caída de entre un 3 por ciento y un 9 por ciento del PIB. El personalismo de Pedro Sánchez y su ideologismo mandan sobre otras consideraciones. Lo primero es él y luego, si acaso, lo demás. Pensar que con este tipo de razonamiento político pueda ponerse en marcha una etapa de amplios consensos es casi como regar en el desierto. Mientras, el Gobierno da señales de estar grogui. La magnitud de la emergencia sanitaria, social y económica le supera. El sacrificio ciudadano con el confinamiento se da de bruces con una gestión que trasluce el agotamiento del proyecto de Sánchez. Vive atrapado en la pura propaganda. Busca apoyarse en cualquier cosa que le permita no caer en la lona. Su última ocurrencia, en la que volvió a insistir este atípico Jueves Santo desde el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, es apelar a un acuerdo de concertación nacional para reconstruir la economía y dibujar un nuevo modelo social y político. Una suerte de reedición de los Pactos de La Moncloa que casi todos consideran que nace muerta. Tanto, que desde el mismo entorno del presidente del Gobierno se reconoce que en este momento tales consensos carecen de contenido. Es la trampa para elefantes que se malicia Pablo Casado: lo que Pedro Sánchez y el Partido Socialista desean es «mutualizar» los errores. O sea, diluir entre todos sus negligencias. Apartar el foco de un Gobierno cada vez más en entredicho.