Opinión

Juntos, pero no revueltos

La pandemia ha hecho saltar por los aires el papel de los estrategas políticos. Deben hacer notar menos su presencia, porque la gente repudia lo que huela demasiado partidista. Pese a ello, ante el impacto negativo de su gestión de la crisis sanitaria, plagada de ineficacia, Pedro Sánchez intenta recuperar el pulso con una exhaustiva agenda de citas, un amplio despliegue de comparecencias ante la opinión pública diseñadas desde Presidencia –abusando de la presencia de uniformados frente a las cámaras de televisión– y un plan de anuncios esmeradamente estudiado. Durante dos semanas, el presidente jugó incluso con una reedición de los míticos Pactos de La Moncloa. Buscaba reducir el margen de maniobra de Pablo Casado, dejándole sin terreno cómodo para hacer oposición, mientras intentaba recuperar el control de una situación que cada día se le escapa más de las manos. La maquinaria de marketing monclovita jamás deja de pergeñar campañas publicitarias para favorecer al jefe.

Tanto, que las terminales sanchistas «vendieron» ayer sin mayor reparo como un éxito de Sánchez «la incorporación del líder del PP al camino de la búsqueda de soluciones contra el coronavirus». Hay que tener cuajo para, cuando España llora más de 20.000 muertos por la pandemia, escribir así la crónica del encuentro. «Ése era el objetivo», martillearon las «fuentes oficiales», entrando al detalle de que Sánchez habría quedado sorprendido por «el cambio de tono» de Casado, favorable ahora al «consenso». Añadieron incluso a sus pintorescas motivaciones la coletilla: «No podía decir que no a un acuerdo nacional y autoexcluirse en compañía de Vox y la CUP». Ya se habían encargado desde el círculo presidencial de repetir desde horas antes que únicamente esas dos fuerzas se habían quedado al margen de la solución a la crisis. En fin, con estos bueyes toca arar. Triquiñuelas de la política gubernamental que se permite, ante el la enormidad del drama que nos amarga, cifrar una cumbre con naderías de imagen pública.

Con todo, más allá de las apariencias y del esfuerzo socialista por blindar su «relato» de los hechos, lo cierto es que Sánchez no ha tenido más remedio que apearse de su insolencia. Necesita al PP, porque las cosas le van mal y lo que se viene encima a los españoles no puede afrontarlo el Gobierno con el concurso exclusivo de sus menores apoyos parlamentarios. Debe obtener grandes mayorías. De ahí que haya tenido que pagar un precio al presidente del Partido Popular. Más si observamos el talante arrogante con que se comporta habitualmente el líder del PSOE, quien más que pedir acuerdos exige apoyos incondicionales. Radicar esa Mesa de Reconstrucción en el Congreso de los Diputados bajo el formato de una comisión y, por tanto, al albur de las mayorías de la cámara baja, es un trago amargo para él. El inteligente movimiento de Casado dinamita la idea preconcebida de Sánchez de diluir la fuerza del principal partido de la oposición dándole el mismo valor a su voz que a la de Bildu, por poner un ejemplo particularmente humillante.

Si el jefe del Ejecutivo quiere un acuerdo para sacar a España del atolladero, podrá contar con la mano tendida de los populares.Casado sabe bien que preside un partido con vocación de Estado. Pero además tiene claro que no se les puede confundir con quienes han demostrado negligencia a lo largo de la emergencia, ni con formaciones como Esquerra Repulicana de Cataluña, que se sienta a la mesa para hablar de «autodeterminación y presos», ni tampoco con EH-Bildu, que lo hace siempre que no sea para reforzar el «régimen del 78». Cada uno, en su sitio.