Editoriales

Realismo económico ante la crisis

Cuando a principios de año se hablaba de una nueva recesión económica, leve aunque haría descender el crecimiento con el que España había salido de la Gran Recesión, las nubes más oscuras que se avistaban eran la guerra comercial entre China y Estados Unidos y sus efectos en las economías de la UE. Ahora, sin previsión alguna, como producto de una catástrofe a cámara lenta, Europa se enfrenta a la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial. Cada miembro de los 27 lo deberá soportar por su cuenta, aunque con la ayuda financiera de Bruselas, en función de su propia fortaleza económica y de cómo le haya golpeado el coronavirus. En España, ha sido devastador. Decir que es el país de la UE donde se ha destruido más tejido productivo sólo es una plasmación de los hechos, como el jueves mostró la caída del PIB. La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, advirtió que lo peor está por venir en el próximo trimestre cuando en la eurozona la caída puede llegar al 15%. Es fácil deducir que España no saldrá muy bien parada.

El Plan de Estabilidad que el Gobierno ha enviado a Bruselas prevé que el PIB se desplomará un 9,2% este año, mientras que la tasa de paro se disparará del 14% al 19%, lo que supone la destrucción de dos millones de empleos. Es decir, en unos meses se acabará con todos los empleos creados en cuatro años. España era el único país que no había actualizado sus presupuestos con las exigencias de Europa, pero, ahora sí, se ha visto obligado a incluir el escenario fiscal que se abre con el duro golpe del Covid-19, además de la agenda de reformas. Por lo tanto, nada tiene que ver con aquel panorama de que después de crecer un 2% en 2019, por encima de la media de la zona euro, el Gobierno rebajó en febrero su previsión de crecimiento de este año al 1,6%. Es de agradecer el realismo de la vicepresidenta segunda para Asuntos Económicos, Nadia Calviño, porque de sus previsiones partirán las medidas que España deberá aplicar, tanto en la inyección monetaria –calculada en 150.000 millones de euros– como en los Presupuestos de 2021 –aparcados ya los de este año–, lo que inevitablemente irá ligado a los acuerdos a los que llegue la Comisión por la Reconstrucción. Esta es la posición más realista, la que coincide con los planteamientos de la UE de que, mientras se inyecta sumas ingentes de dinero, no pueden haber posiciones cuyo único rigor es el que marca la ideología. Bruselas mira con recelo la posibilidad de que España recupere el viejo modelo de banca pública con el que sueña Pablo Iglesias, de ahí que Pedro Sánchez no haya planeado ninguna modificación de la reforma financiera que heredó del último Gobierno del PP. Calviño ha sido mucho más recelosa con el parón de la economía prolongado por el Estado de Alarma, o ya no digamos con la nacionalización de eléctricas y medios de comunicación que planteó el líder de Podemos y que derivó en que la vicepresidenta económica amenazara con la dimisión.

Sin duda, la de Calviño es la posición más pragmática en esta crisis, pero ya no basta con insuflar optimismo diciendo que se ha recuperado parte de la actividad perdida en la segunda quincena de abril porque así lo indica la demanda eléctrica, cuando a continuación dice que el consumo privado ha pasado de crecer un 1,1% a hundirse un 8,8%. Hace falta poner medidas encima de la mesa sobre cómo se va relanzar la economía y no depender exclusivamente de que la demanda de consumo debería crecer tal y como se vaya aplicando la desescalada. La deuda pública del 100% de PIB –es decir, para pagar lo que debemos sería necesaria toda la riqueza que genera el país en un año– podría acercarse al 120%, por lo que de poco sirve confiarse en las tasas Tobin y Google. Como dijo la ministra de Hacienda ayer, el Gobierno no calculará la deuda hasta que no se vea cuál es el destrozo, por lo que lo más efectivo sería ponerse a trabajar para evitar que sea el menor posible.