Opinión
Cayetano Simancas
Nos llega el ruido de la guillotina en las algaradas de Núñez de Balboa y parece que se vieran hogueras en los alrededores de la Bastilla. No es tiempo de algarabías, lleves un Lacoste o un polo de 198, la marca de Pablo Iglesias que en lugar de cocodrilo luce un dios Apolo, símbolo de la victoria civil. Por prudencia más que nada. Es, más que sintomático, serológico, que apunten a la revuelta solo como un picnic de Borjamari y Pocholo. Y aunque fuera así, que no lo es, ya va siendo hora de que los que siempre se callan hagan su 15-M. Madrid se cansa, no de llevar ropa de marca, sino al saber que no la podrá llevar. El demonio está en los detalles, en este caso el corte de pelo y un palo de golf que resultó ser un cepillo. En casa Podemos solo hay cacerolas para sus garbanzos, que engordan el patriotismo fiscal como un cerdo para Varoufakis. Claro que estos merecen un paseo de Madrid a Checa, al estilo Foxá. La ciudad revive, con o sin Cayetanos, el “No pasarán”, el fuego al que echan leña aspiracionistas ilustres, he ahí a Rafael Simancas, con ese verbo florentino y talento de Ceo resucitado, para el que la culpa de la pandemia la tiene Madrit, una declaración que es una fábrica de fachas, de la misma manera que las reflexiones en alto de la derecha, lo eran de independentistas, a decir de sus propios amigos de pupitre. Simancas es Rompetechos en lugar de rompeolas y deletrea el mal mayor tras las cifras de fallecidos, que es la muerte de la inteligencia, Millán Astray sin galones. Un afrancesado suplicando un dos de mayo. Los Cayetanos harían un favor si protestan tan alto como quieran desde los balcones y Simancas si escupiera a su propia mascarilla.
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