Opinión

Políticos adolescentes

Tras el reciente Comité de Política Territorial, el primero en más de dos años convocado por Pedro Sánchez, un barón socialista lamentaba: «La crisis se nos llevará a todos por delante». Motivos no le faltan para sentirse sobresaltado. Y eso que restaba por llegar el lío del acuerdo suscrito entre PSOE, UP y EH-Bildu para derogar íntegra la reforma laboral. Un pacto rectificado, al menos por parte socialista, unas horas después de hacerse público.

El alcance de la derogación se rebajaba hasta dejarla en lo previsto en la investidura, esto es, la supresión de lo que el Gobierno presenta como «sus aspectos más lesivos».

En este suma y sigue del esperpento socialista, la abstención de los antiguos batasunos ante la quinta extensión del estado de alarma sería a cambio de nada. Increíble, desde luego. En realidad, la negociación se ocultó para evitar una espantada de Ciudadanos y del PNV. Y se escamoteó a los grupos parlamentarios, a los agentes sociales e incluso a la mayor parte de los miembros del Consejo de Ministros, algunos tan implicados en estos temas como la vicepresidenta económica, Nadia Calviño

–¿cuántos sapos será capaz de tragar antes de dar un portazo?–, o la titular de Trabajo, Yolanda Díaz. Ahora, las cosas se enredan más y el Gobierno echa la culpa del desaguisado a la portavoz socialista, Adriana Lastra.

Nuestros políticos parecen adolescentes. Si no estuviéramos ante una crisis como la que enfrenta España, hasta cabría tomarse a broma el vodevil de Sánchez para salvar esta nueva prórroga hasta el 7 de junio. Semejante guirigay únicamente puede explicarse por la fragilidad del presidente.

El líder socialista, dispuesto a buscar cualquier escapatoria con tal de alargar su estancia en La Moncloa, no tiene límites. Pero no se puede engañar a todos durante todo el tiempo. Ni a los españoles, ni a sus ministros, ni, en último término, a sus pretendidos aliados, por más que sean ocasionales e interesados. No creo que, pese a su proverbial optimismo, Sánchez no sea consciente de que la mayoría de su Ejecutivo Frankenstein se tambalea bajo sus pies.

Visto lo visto, poco juego debería quedar ya. Ni siquiera acosado por la pandemia ha sido capaz de demostrar el secretario general del PSOE que puede hacer política de luces largas. La suya es la actitud de quien entiende el servicio público como mero juego de poder. Su proyecto es él mismo. Sus apoyos, naturalmente, se miran el ombligo en vez de organizar un plan para agotar la legislatura.

¿Quién puede fiarse de Sánchez, alguien capaz de firmar cualquier cosa, esconder el acuerdo, anunciarlo y finalmente darlo por papel mojado? El presidente tiene en este momento pocas salidas. Quizá la única sea someterse a una moción de confianza. Tiene que recontar sus apoyos para ver si son suficientes para afrontar los tiempos difíciles que vivimos. Porque seguir apoyado en mascaradas solo contribuye en estos complicados momentos a aumentar la tensión en el país y a disparar el descrédito de las instituciones.