Pedro Sánchez
Los tres entierros de Pedro Sánchez
A Sánchez solo le enterrará el propio Sánchez, solo se le gana abrazándole porque lo que le pierde es la vanidad
Entierro número uno: Se dio por muerto a Pedro Sánchez por vez primera en marzo de 2016, cuando se convirtió en el primer candidato en presentarse a la investidura sin ser el ganador de las elecciones y, por primera vez también, salía de esa investidura el aspirante sin ser proclamado presidente. Unos días después, conseguía convertirse en el primer candidato en no conseguirlo ni en primera ni en segunda vuelta. Ahí es nada. Cualquiera en su sano juicio pensaría que el paso natural ante semejante hazaña es hacer autocrítica y presentar la dimisión. Pero no fue así. Y ahí se quedó todo, listo para las exequias pero sin fiambre que sepultar.
Entierro número dos: Se dio por muerto a Pedro Sánchez por vez segunda a finales del mismo 2016, cuando se vio obligado a abandonar la secretaría general del PSOE y su escaño en el Congreso. Acumulaba a sus espaldas el peor resultado obtenido por el partido en la democracia actual (apenas un 20% de los votos), el desastre electoral en las autonómicas del País Vasco y Galicia, y contaba, además, con más de medio partido en su contra -algunos dirigentes históricos incluidos-. Cualquiera con sus capacidades cognitivas intactas pensaría que ese era el fin de su carrera política. Cualquiera menos él mismo, que consiguió, siete meses después de su renuncia, ser reelegido como secretario general del mismo partido que había abandonado. Y otra vez se quedó el sepelio organizado y sin finado al que inhumar.
Entierro número tres: Se dio por muerto a Pedro Sánchez por vez tercera en 2019, cuando tras llegar a la presidencia por la moción de censura a Mariano Rajoy, e incapaz de sacar adelante los presupuestos generales, se vio obligado a convocar elecciones para abril. Sin poder formar gobierno, y agotado el plazo constitucional para ello, el rey disolvió las Cortes Generales y convocó nuevas elecciones para noviembre. Tras haber vetado a Pablo Iglesias durante las negociaciones anteriores, perder casi un 10% de los votos y afirmar que no podría dormir tranquilo si incorporase a ministros de Podemos a su gobierno, cualquiera minimamente coherente podría pensar que, esta vez sí, había tocado fondo. Pero qué va, donde dijo Digo dijo luego Diego y sí pudo yacer tranquilo pactando, ahora sí, lo que antes no le dio la gana y, después de arrastrar a todo un país de nuevo a las urnas, dormir a pierna suelta sin problemas. Suspendido una vez más el funeral, por ausencia de difunto, en contra de todo pronóstico.
Ahora, que hemos asistido en plena catástrofe sanitaria sin precedentes, primero estupefactos y luego resignados, al espectáculo fatuo de los discursos hueros pero emperejilados, las homilías sabatinas, de las preguntas filtradas, la autoindulgencia, de esconder miles de muertos tras estadísticas y gráficas, aplausos y épica afelpada. Tras la desfachatez de tender paz y concordia con una mano mientras se blande puñal acusatorio con la otra, de las rectificaciones, correcciones, mentiras, medias verdades, falsedades. Tras toda esta tramoya, digo, y con el broche de un inverosímil estudio del CIS a mayor gloria de nuestro presidente y la gran broma final de un pacto inaudito capaz de enfrentar y contradecir a sus propios ministros entre ellos, de anunciarlo, matizarlo, criticarlo, defenderlo, decir y desdecir, todo y nada, al mismo tiempo, y mientras se tratan de callar las críticas cada vez más numerosas, diría que las campanas tocan a muerto.
Pero yo como vidente soy una calamidad, no lo negaré. Y ya se levantó antes, casi moribundo, cuando se preparaba su mortaja y nadie daba un duro por él. Las plañideras, prudentes, ya no se atreven a desempolvar el luto ni sacan sus mantillas todavía. No hay velorio que valga. No quieren dar por enterrado al mismo muerto -no muerto- por cuarta vez. Y no es raro. Uno no sabe a que atenerse ante una peli en la que todo obedece, no a una lógica narrativa, sino a un deux ex machina -Sánchez ex machina, en realidad-, cuando, sin solución de continuidad, te pueden mantener una afirmación y la contraria sin apenas pestañear, sin inmutarse siquiera. Con la misma desvergüenza con que un niño chico con bigote de chocolate sostendría que no tiene ni idea de a qué galletas te refieres, de qué bote de dulces le hablas, mientras se sigue quitando migas de las comisuras.
De alguien al servicio únicamente de sus sueños ególatras y megalómanos, que lo único que teme perder es el poder para su persona, no se puede esperar más lealtad que a sí mismo. Ni siquiera a su partido. Ni siquiera a los principios de este o a sus máximas primigenias. Ni tan solo a su propia palabra. Porque quien no tiene nada que perder, y Sánchez tiene muy poco que perder porque no quiere nada más que el poder, se puede esperar cualquier cosa.
A Sánchez solo le enterrará el propio Sánchez, solo se le gana abrazándole porque lo que le pierde es la vanidad. Y, mientras tanto, todo lo que ocurra a la contra solo le da alas y le alienta. El que se siente inmune para mentir sin disimulo ni consecuencias (no habrá ministros de Podemos, jamás pactaremos con Bildu, apenas habrá contagios, nadie podía saberlo) no lo hace mas que porque puede hacerlo. Porque se siente invulnerable.
Sánchez ha venido para ser la novia en cada boda, el niño en cada bautizo y, en el funeral, solo será el muerto si también es el sepulturero.
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