Opinión
Iglesias... torpedea
El choque de trenes está servido, porque Pablo Iglesias sigue señalando a Nadia Calviño como una «vendida» a los mercados y a la alta clase financiera y empresarial. De hecho, en las últimas horas dirigentes morados se vanaglorian de haberla cortocircuitado con el Ingreso Mínimo Vital, la prestación permanente de la Seguridad Social aprobada este viernes tras muchos tiras y aflojas en el seno del Gobierno. Y ello, aunque Pedro Sánchez negase en su última comparecencia posturas contrapuestas entre sus vicepresidentes. Es notoria la preocupación de los sectores económicos por cómo va a gestionarse la recesión. Y no digamos entre algunos de nuestros socios europeos.
«Presidente, yo no estaría en un Gobierno que aprobase la derogación de la reforma laboral». Fueron los términos del plante de Calviño tras salir a la luz, negro sobre blanco, el pacto con Bildu sellado por el PSOE y Unidas Podemos. Así lo ratifican colaboradores del jefe del Ejecutivo, a quien bastó el aldabonazo de su vicepresidenta económica para volver sobre sus pasos y en pocas horas convertir en papel mojado el acuerdo con los de Arnaldo Otegi. En realidad, Calviño nunca amagó con la dimisión. Según su entorno, «se limitó a ejercer su influencia», pero el caso es que planteó a Sánchez un ultimátum y lo ganó. Iglesias no se ha quedado quieto. Al revés. Esta misma semana volvía a meter el dedo en el ojo de su compañera de gabinete declarando al periódico italiano La Stampa que la derogación «seguirá adelante».
Sánchez no puede permitirse el lujo de perder, en momentos tan cruciales, a quien representa la mejor baza de credibilidad del Gobierno ante la Unión Europea. Cabe recordar que revalidó su mandato como inquilino de La Moncloa anunciando que elevaría a Calviño a vicepresidenta. Cosa distinta es que la ortodoxia de la máxima responsable de la economía choque con el gasto a espuertas desplegado por Pedro Sánchez, Pablo Iglesias e Iván Redondo: un triángulo que amarga los días a Calviño, decidida a no callarse aunque solo sea para constatar que un buen número de decisiones ya están tomadas.
Resulta evidente que la vicepresidenta tercera intenta mantener un perfil de gestora sensata frente a su jefe, cuyo objetivo primordial es ganar margen de maniobra y, en la medida de lo posible, salvar la Legislatura. Y ello por más que cada día haya voces influyentes que avisan al presidente de que esa política sólo servirá para agravar un problema que le empieza a estallar en las manos al Gobierno, ante la precipitación de los datos negativos. Para decirlo con una expresión gráfica, la pandemia ha borrado de un plumazo el programa de coalición PSOE-Unidas Podemos. Lejos de asumirlo, Pablo Iglesias vive en su realidad paralela. Actúa marginando su condición de miembro del Gobierno de España, exhibe en muchos casos formas incompatibles con un ministro y es capaz hasta de recetar «pomadita» a quienes, según él, siempre han mandado en este país y les produce «urticaria» su presencia en el Consejo de Ministros.
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