Historia
Los nuevos bárbaros
Es un grave error politizar la historia y utilizarla por intereses propios de un fanatismo casi religioso
Los romanos utilizaban el término bárbaro para referirse a los que no hablaban griego o latín, pero después de las guerras contra los persas tomó, también, el significado de cruel. En este sentido, Ovidio escribió «aquí el bárbaro soy yo, porque nadie me entiende» (Triste, Libro V, elegía X). La idea que realmente ha llegado hasta nosotros es la visión de las hordas o pueblos que irrumpieron en el Imperio Romano rompiendo las limes comenzando el ciclo que conduciría a su caída. Es cierto que la historiografía germánica ha intentado cambiar la definición de invasión por migración, lo cual siempre me ha parecido la búsqueda de lo políticamente correcto y coherente, además, con el nacionalismo historiográfico. La imagen que tenemos y además es certera es la destrucción del mundo clásico con sus edificios y sus estatuas. Por ello, ahora tenemos unos nuevos bárbaros, mucho más ignorantes que nuestros antepasados suevos, vándalos, hunos, alanos, godos, sajones, teutones…. que han decretado la damnatio memoriae como se hacía en Roma. Esta condena de la memoria es terrible y muestra la banalidad de algunos sectores de la sociedad que se dedican a destruir las estatuas a partir de su visión sectaria y fanática de lo políticamente correcto.
El blanco de las iras de estos zafios jóvenes radicales, aunque hay también mayores, son figuras como Colón, Isabel la Católica, Churchill, Washington, Cervantes, fray Junípero Serra… la lista es enorme porque han establecido el canon de que pueden destruir todo aquello que no les guste. Esto se extiende, por supuesto, al cine, la literatura, la escultura y la pintura. Una minoría violenta marca las pautas y puede actuar, efectivamente, como auténticos bárbaros sin respetar la historia y el espacio público. Hemos llegado al absurdo de que hay un museo en Alemania donde se amontonan en una sala las estatuas de figuras históricas para que se reflexione sobre ellas pero no pueden estar expuestas con normalidad en las vías públicas. La historia no es memoria. Se tiene que estudiar con rigor científico y no desde nuestra visión actual. Es un grave error politizar la historia y utilizarla por intereses propios de un fanatismo casi religioso. Este proceso llevado a un límite ridículo nos conduciría a una destrucción masiva de monumentos, obras de arte, películas, canciones o libros. Los historiadores deberían desaparecer y ser sustituidos por funcionarios de la memoria que nos dijeran cuál es la verdad, que además podría cambiar en función de las inquietudes o ideas de cada generación.
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