Opinión
Huérfano de pueblo
Una de las tradiciones que se han perdido en algunos periódicos de papel era celebrar el 15 de agosto como la fiesta España.
El otro día vi a una pareja pasear con La Razón en la mano. Era el día que yo publicaba columna y me quedé mirándoles a la espera de que al llegar al final del periódico, tras leer a Marhuenda, echasen un vistazo aquí abajo. Me senté cerca y me puse en la misma postura de la foto de ahí arriba, esa posición de escritor que escruta el porvenir (y utiliza palabras como escruta), buscando un reconocimiento. Luego mi hijo se subió encima, me dijo: «Arre burro» y ya nunca sabré si tengo lectores no virtuales.
Porque internet está bien, pero para mí, que crecí leyendo periódicos de papel, que se manchen las manos en tu página, que lean tu titular y pasen de largo o que luego utilicen justo la página de tu cara para encender la chimenea, tiene un valor especial, algo que los nativos digitales de hoy les tiene que sonar a chino. Es como explicarles que para ver nuestra serie favorita ¡teníamos que esperar a que llegase su día de emisión! Ellos, claro, te miran como si fueras un viejo pasado de moda, como si tuvieras, por lo menos, cuarenta años.
Una de las tradiciones que se han perdido en algunos periódicos de papel era celebrar el 15 de agosto como la fiesta España. En casi todos los pueblos había festejos, churros, paellas gigantes, castillos hinchables y conciertos. Para mi, lo mejor del verano son (o eran) esos conciertos «revival» de grupos antiguos patrocinados por los ayuntamientos. Grupos de los años 80 o 90 de los que sólo recuerdas una canción y con los que te pasas todo el concierto de pie, con frío (porque resulta que es la única noche que refresca, y tú en chanclas), esperando a que suene la que te sabes, mientras el grupo sigue tocando un disco nuevo que resulta que acaban de sacar y del que no tenías ni idea.
O no eran grupos antiguos. A veces, cuando el alcalde quería ganar votos contrataba al cantante que había triunfado todo el verano con una canción y ahí ibas tú, rodeado de adolescentes, esta vez con calcetines, pantalón largo y una rebequilla (y te sobraba todo porque resulta que era la noche más calurosa) y el cantante se pasaba las dos horas cantando discos antiguos suyos de los que tú ni nadie tenías ni idea.
El pueblo es el refugio. En momentos de mucho estrés tengo, como todos, la intensa tentación de irme al pueblo a vivir, sin cobertura, sin prisas, relajado, delante de la chimenea. Aburrirme allí y ser melancólicamente feliz y dar largos paseos sin encontrarme a nadie, por esos prados donde sólo te encuentras con vacas.
Luego recuerdo que no tengo ni chimenea, ni casa de pueblo ni pueblo al que ir. Y la verdad que las veces que he ido alguna casa rural perdida en algún sitio, pasé las primeras horas con el móvil en la mano buscando la esquina en la que hubiese cobertura, fui incapaz de encender la chimenea y como la tele no funcionaba, me fui a pasear.
Pero al intentar ser melancólicamente feliz, pisé una caca de vaca, como si hundiese mi pie en arena movedizas.
Sin pueblo, sin fiestas ni conciertos de Locomía. Agosto iba a ser terrible... hasta que llegó el Bayern.
✕
Accede a tu cuenta para comentar