Opinión
El declive de la ministra portavoz
Montero [María Jesús] logró al menos salvar la unidad de la coalición en torno al Gobierno. La frase le sale de dentro a un fontanero de La Moncloa, pero se antoja poco consuelo tras quedar evidenciada la debilidad parlamentaria de Pedro Sánchez, que recibía un varapalo decisivo de aliados fundamentales. El PNV y ERC, junto al resto de fuerzas con la excepción del voto de Teruel Existe, se sumaron al bloque de PP, Vox y Cs para tumbar la convalidación del decreto de remanentes de los ayuntamientos. 193 «noes» frente a 156 «síes».
«El Gobierno ha hecho lo indecible para intentar llegar a un acuerdo», proclamó desde la tribuna de oradores del Congreso de Diputados la titular de Hacienda, dando por hecho el desastre. Lo cierto es que, tras minimizar durante todo el verano el hecho de haber sublevado a ayuntamientos de todos los colores, incluidos los socialistas, Montero abrió la mano en tiempo de descuento a una tramitación como proyecto de ley para introducir cambios en la redacción vía enmiendas. Y ni por ésas. El decreto estaba sentenciado. A muerte. Y aun así, la ministra se resistió a corregir su postura. La posibilidad de cambios puntuales se antojaba claramente insuficiente ante un proyecto que confiscaba el superávit de las arcas de las entidades locales. En román paladino, una incautación –a ojos de muchos, incluso un robo– del esfuerzo realizado «por los vecinos» para que se lo gastase el Gobierno.
Intentando esquivar el golpe de la negativa de los alcaldes a la idea de convertirse en Cenicientas, la ministra únicamente logró, muy a última hora, casi de madrugada, salvaguardar la acción unitaria de PSOE y Unidas Podemos. Para ello debió trabajarse a Ada Colau, con visita incluida de la alcaldesa de Barcelona a la sede del Ministerio de Hacienda. En el círculo gubernamental hay quien considera que los tanteos se afrontaron demasiado tarde, de manera que no dio tiempo a preparar alternativas que evitasen el severo revés, toda vez que Montero se negó siempre a retirar el texto. «Sería un mal precedente», alegaban. «Se ha actuado con demasiada prepotencia», advierten los socios morados.
En la otra facción, la socialista, algunos se han dado cuenta de que no pueden barrer para casa de forma tan burda. «Es difícil hacer política con tanto amateurismo», señalan algunas voces desde la calle Ferraz. Sólo en cinco ocasiones en democracia se ha derogado un decreto. El tropiezo de las últimas horas en la Cámara baja es, por tanto, histórico y se antoja fruto de la desorientación que marca el sino de un Gobierno que actúa a base de improvisaciones, con grandes dosis de radicalismo y ausencia total de profesionalidad.
Y, como constatación, deja daños colaterales de envergadura, entre ellos el retraso, al menos unas semanas más según las previsiones, en la presentación del techo de gasto y por tanto del proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2021, vitales para asegurar a Sánchez la continuidad de la Legislatura. El andamiaje gubernamental pende de ese hilo. En el pecado de pretender engañar a todo el mundo llevan la penitencia de verse en la tesitura de incumplir el calendario.
Las dificultades con las que va tropezando Sánchez son grandes, y ello dando por sentado, como lo hace su entorno, que sacará adelante las cuentas públicas. Además, el castigo ahonda en el declive que la figura de la ministra portavoz está padeciendo. Incluso en el seno de las filas socialistas. Montero aguantará ahora el chaparrón –no le queda otra–, pero en la cúpula del PSOE, algunos incluso cercanos a ella, ya le advertían entre sonrisas de los riesgos que tenía compaginar Hacienda con la responsabilidad de convertirse en el rostro del Gobierno. Un puesto que, por descontado, puede servir de catapulta, pero que por regla general achicharra a su dueño. De modo que Montero debería ser la primera interesada en salir del charco en que se ha metido, echar el freno y dar marcha atrás. «No valen las lamentaciones», sostuvo en cambio sin que se atisbasen signos de «mea culpa».
Quien estaba destinada a suceder a Susana Díaz al frente del socialismo andaluz, situada por cercanos colaboradores del presidente como cartel de las elecciones autonómicas en 2022, va de más a menos, cayendo de forma acelerada. Tras enfrentarse al municipalismo, la «candidata natural» siembra dudas en el núcleo mismo del poder. Con alcaldes de toda España en pie de guerra, ha quedado fuera de juego. A estas alturas, debería tener claro que echar desparpajo a la tarea y simpatía con la prensa no es suficiente. «Montero se ha quemado», alertan.
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