Opinión

La inquietante guerra institucional

El gobierno de Sánchez debería reflexionar sobre el grave error que es abrir tantas crisis institucionales, porque las consecuencias pueden ser devastadoras.

Lo más cómodo es confinar. Se cierra un territorio y nos olvidamos de cualquier otra cuestión. Estamos viendo que los países más afectados intentan todas las opciones posibles con el fin de parar las cadenas de contagio. En algunos casos se ha tenido que volver a medidas muy drásticas, aunque la diferencia es que no sufren guerras institucionales con la intensidad que se vive en la política española. Un empresario con una importante presencia en Italia, así como en otros países del mundo, me explicaba ayer la experiencia italiana donde están controlando la pandemia con una ingente cantidad de test PCR y otros, así como una actuación rápida y contundente de rastreo para aislar a los afectados. Los establecimientos hoteleros, por ejemplo, están abiertos y las tasas de ocupación crecen progresivamente. Es la actuación que parece acertada hasta que no tengamos la vacuna y la medicación como sucede con otras enfermedades. Un amigo viajó a Alemania hace unos días y se tuvo que hacer un test el día antes de embarcar y otro al llegar. Las grandes capitales son siempre un problema para la extensión de esta y cualquier enfermedad. Los aeropuertos son un punto obvio de entrada de la pandemia, por lo que el único camino es establecer controles.

Los hábitos sociales son una fuente de contagio. Lo mejor es huir de cualquier celebración o encuentro multitudinario. Desde que empezó la crisis sanitaria lo hago con una rigidez germánica a pesar de mi origen mediterráneo. El foco del conflicto es ahora Madrid y el gobierno de la comunidad intenta resolver un escenario complicado e imprevisible. En su momento, los expertos aconsejaron el confinamiento estricto y el presidente del Gobierno tomó la difícil decisión de aplicarlo a partir del 14 de marzo utilizando el estado de alarma. Fue una situación muy dura y angustiosa para millones de españoles, pero se cumplió de forma bastante ejemplar, con las habituales excepciones de desaprensivos e inconscientes, y cuando se anunció la Nueva Normalidad la curva parecía que se había dominado dándonos un respiro, se creía, hasta otoño.

La realidad ha sido muy distinta a lo que se esperaba y los intentos de lograr esa normalidad para favorecer la recuperación económica han sido infructuosos. No tengo la más mínima duda de que Sánchez adoptó las medidas desde el 14 de marzo con la mejor de las intenciones valorando la opinión de sus expertos, al igual que ahora pienso lo mismo de Ayuso y su gobierno. Por ello, no entiendo la incapacidad de entendimiento entre ambas administraciones así como la agitación que se busca en las calles para deteriorar a la presidenta madrileña. Estamos ante decisiones de salud pública, donde debería primar la colaboración institucional porque se corre el riesgo de hacer todavía más grave la crisis económica y sanitaria.

El gobierno de Sánchez debería reflexionar sobre el grave error que es abrir tantas crisis institucionales, porque las consecuencias pueden ser devastadoras. Es comprensible que quiera lograr la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, pero debería buscar el consenso y no la confrontación. El carácter transversal de esta crisis, que ha paralizado todos los motores de nuestra economía provocando una caída de las exportaciones, los ingresos tributarios y empresariales así como un fuerte y creciente endeudamiento público y privado, hace necesaria una profunda colaboración política e institucional. Se equivocan los que crean que las ayudas europeas serán suficientes cuando cerraremos este ejercicio con un déficit público que se situará alrededor del 15%, una cifra insólita, y el mayor incremento del paro en el menor tiempo conocido.

La asfixia a Madrid y la amenaza soterrada de aplicar un 155 sanitario es, simplemente, un despropósito. La carta de dimisión del doctor Emilio Bouza, al que ambas administraciones habían pedido que ejerciera como portavoz de los acuerdos del grupo convid-19 en Madrid, es muy esclarecedora de la situación. El prestigioso catedrático había aceptado el miércoles y este sábado renunciaba tras «las circunstancias que he presenciado en los dos días siguientes, junto con la contemplación de las ruedas de prensa simultáneas del viernes 25». Este pronunciamiento no puede ser más claro y contundente. Como es normal, Bouza no se va a meter en medio de la guerra institucional que se ha desatado y no puede traer nada bueno. No hay que olvidar que la propia OMS ha rechazado el confinamiento como fórmula mágica y defiende aumentar el ritmo de diagnósticos para estabilizar la situación y controlar la transmisión. Como diría el presidente del Gobierno, es la opinión de la «Ciencia» y deberíamos hacerle caso. Los confinamientos solo pueden ser el último recurso y tenemos que confiar en las autoridades sanitarias que están sobre el terreno, que no es, en este caso, el ministerio de Sanidad, que es un caparazón vacío de contenido, sino la consejería madrileña.

La recomendación de la OMS marca el camino que parece acertado teniendo en cuenta su experiencia en otras pandemias y la que se ha adquirido en esta. La situación española es mala y no solo en Madrid, por lo que es una enorme injusticia utilizarla como cabeza de turco. La pandemia se ha ido extendiendo y ya solo tres provincias tienen una tasa por debajo de los 100 casos por cada 100.000 habitantes. Lo sensato sería rebajar la tensión, recuperar los puentes rotos y desplegar todos los esfuerzos para ayudar a Madrid, porque no importa que esté gobernado por el PP y Ciudadanos. Hay que abandonar el relato y dar paso a la acción.