Opinión

La sombra de la España antiliberal

Maite Pagazaurtundúa

La pandemia y la crisis la compartimos con el resto de países europeos. Nosotros, peor. La necesidad de pensar en la Unión Europea de forma estratégica en un mundo en el que el orden bipolar ha sido sustituido por el desorden multipolar brilla entre nosotros por su ausencia, porque nos hemos postrado a los pequeños dioses identitarios. Nuestro futuro se basa en unir fuerzas para salir adelante, aquí y en la escala europea. Pues bien, la degradación institucional que provoca nuestro propio gobierno es única. La ausencia de pensamiento estratégico para resolver problemas y gestionar supone el riesgo de perder el futuro y el país.

Si se trata de superar la pandemia y la crisis, de nada sirven esos dos gallos con espolones afilados en el Gobierno, porque su única capacidad parece ser el ataque y el poder. Para conseguirlo o consolidarlo, han elegido un peligroso camino que parece llevar al desguace y la depredación del Estado. En el caso del vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, su vocación y objetivo natural es una tercera república plurinacional autoliquidable. Se trata de su vocación antisistema y de la oportunidad de supervivencia política tras las escisiones, escándalos y declive electoral. Si no cae el sistema actual, si no llega un horizonte convulso con un proyecto desconstituyente, no tendría oportunidad para la alianza –entonces sí– para el verdadero poder carlista-leninista junto a los amigos de los etnonacionalistas catalanes condenados por sedición, con los ex terroristas etnonacionalistas vascos y otros etnonacionalistas variados. La moción de censura para Sánchez no fue un regalo de este conjunto, sino una inversión, como los presupuestos con ellos serían una trampa de pulpos que pudiera llevar en el medio plazo a la deconstrucción del régimen constitucional.

El presidente del gobierno y secretario general del Partido Socialista Obrero Español, Pedro Sánchez, fue un líder muerto y es un césar resucitado, sin límites, tras su regreso por primarias a la secretaría del partido y la liquidación de cualquier resto de poder de los órganos de deliberación del Partido Socialista. Es de suponer que, además, no les debe resultar cómodo el espejo de Felipe VI. El ahora rey, nuestro Jefe del Estado, aprendió a representar con rectitud al Estado y es nuestro mejor y más eficaz embajador en la diplomacia mundial. Vive para ser útil y cumplir su función constitucional, así como para realizar la transmisión del sentido del deber a su sucesora con el mismo grado de entrega.

Nada puede herir más la vista a Iglesias y Sánchez que un hombre justo, hecho y derecho. Los ataques al rey son cada vez menos disimulados. Y el rey no se puede defender, porque no está previsto que se ataque al árbitro y moderador del sistema desde dentro del Estado. No está prevista la deslealtad desde el gobierno de la nación con la nación misma en esa alta representación. El rey no es sólo el rey, es la clave de bóveda del régimen constitucional que más libertad y prosperidad ha aportado a nuestra sociedad. Y este momento es crítico, lo puedo asegurar desde la capacidad de observación que otorga el Parlamento Europeo, para utilizar nuestra energía en resolver una situación realmente complicada para tener un futuro digno.

Los legisladores de la Constitución de 1978 conjuraron los demonios que llevaron a la guerra, y después, a una dictadura de casi cuarenta años. Sin necesidad de redes sociales, España fue en los años treinta un escenario de prueba de la polarización tóxica y antidemocrática del comunismo y del fascismo mundiales. Los legisladores de la Constitución de 1978 evitaron la espiral de la intolerancia política y de los odios cruzados. Construyeron las bases de un régimen político democrático que respetase las creencias y las memorias personales. Dejaron pelos en la gatera, sí, pero la democracia no se construyó sobre la justificación de la dictadura. Esta es la clave.

Edificaron la convivencia sobre la monarquía constitucional, el estado social y democrático de derecho y la soberanía del pueblo español. Y la sociedad española la respaldó. Sólo una minoría violenta, incluso asesina, en la ultraizquierda y en la ultraderecha, que no creía en la democracia deseó destruirla, lo mismo que los totalitarios de Terra Lliure –fundada en 1978– o los de ETA. El veneno silencioso siguió anidando en un identitarismo que escondía un fondo esencialista, carlistón, si quieren denominarlo así, antiliberal, pero eso llevaría a otro artículo.

Felipe González indicó que la república plurinacional con derecho a la autodeterminación lleva la semilla de la autodestrucción de España y que la combatirá con todas sus fuerzas. Creo que debemos combatirla con toda la fuerza de la razón, para no enloquecer con rencores resucitados, porque eso nos igualaría a los que han mentido, acosado y asesinado durante el periodo democrático o a los que cometieron sedición para romper nuestro país y ahora aspiran a conseguir la hegemonía del discurso político.

En defensa de la democracia. En defensa de la Constitución. En defensa de la monarquía y de la convivencia, ¡viva el Rey!