Opinión

La telerrealidad de la política

Los políticos han decidido amenizarnos estos días de virus. Ya que son incapaces de erradicarlo, han resuelto que lo mejor que pueden hacer es entretenernos. Ahora la competencia de Netflix no es HBO, como la de HBO no es Amazon, ni la de Amazon, Disney, ni la de Disney, Filmin y así hasta el infinito y más allá. Ahora el rival de todas ellas es la política, que se ha convertido en el nuevo «reality show» y la apuesta de la televisión tradicional para restar audiencia a las plataformas digitales y robar espectadores al cine a través de la sensacionalización de la información. Hoy la franja horaria que antes ocupaban Belén Esteban o Isabel Pantoja está enseñoreada por los portavoces de los partidos y su colección de mantras.

Los políticos han convertido sus intervenciones y apariciones públicas en espectáculos declarativos, uno sospecha que lo hacen porque en el fondo tienen muy poco o nada que proponer al tendido, salvo las obviedades de turno y que cada uno puede recitar de memoria, incluidas las ocurrencias de algún iluminado.

En nuestra sociedad nada ha resultado más barato, ha dado más audiencia y ha dejado más parné que la telerrealidad. Y ellos, o sea, toda la tribu de la política, han tomado buena nota del tema. Eso de preocuparse por articular un programa ha quedado trasnochado, como las corridas de toros, el fular y esas literaturas que hace ya varios años surgieron en el mercado para modernizarnos a todos y que ahora únicamente leen los doctorandos.

Desde lo tiempos de Julio César, nada atrae más al vecindario que las discusiones domésticas de las parejas. La política no ha dejado que caiga en el olvido esa apreciada lección que siempre nos han ofrecido las mancomunidades, quizá porque lo suyo tienen también algo de discusión de pareja. Lejos de despreciar este aprendizaje, ellos lo han revalorizado de nuevo hasta convertirlo en el nuevo catecismo de su lógica.

Los diputados han deducido que, a falta de un discurso para convencer al electorado, se lo quieren ganar ofreciéndole un «show» de altura. Y lo mejor que se les ha ocurrido es improvisar discusiones, enfados y malentendidos, que con la bronca, la gente echa las horas y no se detiene a recapacitar sobre la crisis económica que se nos avecina, la Covid-19, el atraso que arrastramos en cuanto a industria tecnológicas y otros males que nos aquejan. No existe otra explicación, o al menos uno no la encuentra, para que personas adultas y supuestamente preparadas sean incapaces de dialogar y encontrar puntos de acuerdo en temas tan esenciales como la salud pública, sino es más que por puro oportunismo.