Indulto

Tanatorio y matasuegras

Estadista es el que se busca problemas a sí mismo para solucionar los del país, y no esto que consiste en que el gobernante le busca problemas al país para solucionarse los suyos.

A España estaban a punto de salirle en la tele los presentadores de la Nochevieja a hablar como en un tanatorio con matasuegras. Andábamos contando los allegados y el número de langostinos por ración cuando el presidente dio la última oración del año. Sánchez se hace carne y lo envuelve una luz definitiva, un foco perpetuo y una melodía que se oye cuando se aparece. Viene sonando desde hace un tiempo un tono pédrico que apacigua o todo lo contrario, que no sabe uno si viene o si va y que lo mismo sirve para decir que se ha derrotado al virus que para dar la cifra de muertos o para convertir a James Rhodes un español en toda regla. ¡Cómo no va a ser bonita mi Españita si la desea un pianista británico con aire británico de recién despertado! ¡Si hasta dice tío en Twitter! Este país es un organillo y Rhodes es el perfecto juglar de Sánchez, pues suena a sala de espera del dentista y a que no pasa nada. Hay que recordar que el día en que España se endeudó con Europa hasta las cejas y los patucos de los nietos de nuestros tataranietos, Sánchez puso a Rhodes a «rhodear» y salió en su casa en camiseta a tocar el «Himno de la alegría», ¡y qué alegría! El país se hunde pero ahí está Rhodes, organillero del Titanic, y digo yo que ya se sabe la diferencia entre uno, dos y tres cojones, que es la clave de bóveda de la lengua castellana. Esa es toda nuestra magia, acaso les parece poca. En estos lances se ve cómo se ha sustituido el ardor patrio –emoción catalogada como facha– por una suerte de calorcillo de pachamama progresista quizás, y por eso en plena pandemia, se nacionaliza a un panista y en ese momento algunos sienten un qué sé yo, una cosa proyectada, siquiera concebida en la mente, como del momento en el que uno se compra un pijama para el invierno.

En ese estado de gracia invernal coló Sánchez lo de los indultos a los presos del prusés. Como ejercicio de generosidad, los indultos a los políticos presos tienen un pase, aunque tomados como precio a pagar por el apoyo parlamentario de los partidos que cometieron el agravio, resultan una cosa deforme, oscura y mezquina. Pacificar es un ejercicio noble, aunque más que Cataluña, lo que pretende Sánchez es pacificar su coalición de Gobierno. Esto es rendirse. Aquí me asalta la idea del estadismo inverso, pues estadista es el que se busca problemas a sí mismo para solucionar los del país, y no esto que consiste en que el gobernante le busca problemas al país para solucionarse los suyos.

Dice el presidente que todos hemos tenido culpa en Cataluña. La cosa va a ser quiénes son todos. A mí, que me registren. Es casi un gesto automático de este Gobierno el ejercicio de atribuirse los méritos y colectivizar los errores. Las culpas siempre son de todos, pero los aciertos siempre son suyos. No hace falta ser fiscal del Supremo para entender que los indultos son un sinsentido desde el momento en el que el pensamiento del reo consiste estructuralmente en prometer volver a cometer su delito en cuanto le sea posible. «¡Lo volveremos a hacer», juran. ¿Los volveremos a indultar?

He estado pensando en qué culpa tengo yo sobre lo de Cataluña, pero por el momento solo encuentro la que me atribuye Sánchez como ciudadano, pero ahí está, atribuida estadísticamente, casi estatalmente. Cada vez tengo más culpa yo y menos los que cometieron el delito, tanta que parece justo que los saquen a ellos de la cárcel y me metan a mí.