Historia

El imparable ritmo de la Historia

Caía «mi» primer dictador y el mundo aceleraba su maquinaria y ritmos para generar episodios históricos

Nos estamos familiarizando con los días «históricos». Sólo en lo que va de 2021, ya he vivido un terrible asalto al Capitolio, un símbolo de la democracia asediado por una turba violenta y el segundo «impeachment» contra un presidente de

EE UU,. Asimismo, he experimentado una nevada épica, de dimensiones nunca antes registradas en Madrid. Chamberí se convirtió en un cuadro de Brueghel, para después mutar en una estación de esquí pasando por la fiesta de la pala y el resbalón. Estos días, bajo las sombras, yacen enormes y peligrosas pistas de patinaje y cada noche el termómetro logra nuevos récords de bajas temperaturas, después de haber soportado, por cierto, 2020, el año más cálido jamás documentado. Y todo esto con mascarilla, en el contexto de mi primera pandemia cargada de mortandad, catástrofe, cancelaciones y parones vitales.

Hace una década no estaba tan acostumbrada a las jornadas históricas. Apenas había contado la llegada del primer presidente afroamericano a la Casa Blanca o el asesinato de la primera «premier» en un país musulmán (Benazir Bhutto). 2011 había comenzado con las protestas diarias en un país como Túnez, gobernado con puño de hierro y ostentosa corrupción durante los últimos 23 años por el sátrapa Zine El Abidine Ben Ali. La tarde del jueves 13 de enero volé desde Barajas a Túnez con billete de vuelta en cuatro días –que se convirtieron en más de dos semanas–. En el avión viajaban reporteros, el embajador de España en Túnez y mi compañero de asiento, un ingeniero tunecino que trabajaba en Renault y volvía a casa después de visitar la fábrica de Valladolid. Tuvimos suerte, pues al día siguiente se proclamó el Estado de emergencia –que entonces sonaba mucho peor que ahora– y se cerró el espacio aéreo. Tras una enorme manifestación en la Avenida Habib Bourghiba, el 14 de enero triunfó la revolución de los jazmines y Ben Ali abandonaba el poder y se exiliaba en Arabia Saudí, no sin antes reprimir marchas y ajustar cuentas. Murieron más de 70 personas. Los tunecinos descubrieron que su país era además de una dictadura, un régimen policial. Se decretó el Estado de Excepción y un estricto toque de queda desde las 17 a las 7 de la mañana. Las reuniones de más de tres personas estaban prohibidas y las Fuerzas de Seguridad podrían abrir fuego si no se seguían sus órdenes. Muchos jóvenes y activistas acababan en el Hotel África, una suerte de sede de Naciones Unidas convertida en una redacción improvisada. Desde ahí se enviaron las mejores crónicas; éramos testigos de la historia contemporánea de Túnez y de su sed de derechos humanos y calidad de vida. Caía «mi» primer dictador y el mundo aceleraba su maquinaria y ritmos para generar episodios históricos.