Athletic de Bilbao

La retórica del fuego

Hoy digo que me he acordado de mi padre que los días de derby salía a Lo Viejo de Donosti a invitar a rondas a los de Bilbao

Había elegido como epitafio el poema «Bufalo Bill ha muerto» de E E Cummings –«Buffalo Bill ha muerto. / Mataba un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete pigeons-just-like-that / y cabalgaba un semental de plata. / Dime qué has hecho con tu bello muchacho de ojos azules, señor Muerte»–, pero ahora quiero que mi epitafio lo escriba el que pone los rótulos de TVE. «Desfase de turistas en Madrid», por ejemplo, que es lo que se leía en la pantalla sobre unas imágenes de la playa de Barcelona que daban en el programa de Cintora. Nueve segundos tardaron en quitarlo, justo los nueve segundos en los que Madrid tuvo playa. Nunca fue tan cierto aquel poema de Antonio Machado: «Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas».

Hasta la ventana de mi buhardilla madrileña llegó el olor a arena, a sal y a Nivea, que es a lo que huele el verano, y no esta peste a gel hidroalcohólico, a tubo de escape de coche de muertos y a boñiga de caballo negro azabache con penacho de plumas oscuras, que es el aroma de la pandemia. El martes apunté en el cuaderno que andaba la gente buscándose un buen dentista en primera línea de playa con socorrista y chiringuito en la sala de espera. No hay odontólogo para tanta vacación, así que se ha quedado mucha gente en Madrid a pasar la Semana Santa. Viendo en la tele que había playa, se echaron al parque con el niño con la bici y la nevera azul, las birras y el corazón metidos en hielo. Calculo unos sesenta niños por tobogán y colas de seis horas en los columpios del Felipe VI. Se apelotonan unos con otros –temo que sean niños franceses–, y se dan un impulso tremendo pues se ha extendido la idea de que que si suben lo suficiente, desde el columpio se ve el mar.

Una floristería ha diseñado un ramo que se llama «Primavera de Ayuso», y eso que a mí ya todas las flores me resultan crisantemos. Del derby vasco solo se me aparece mi padre en la memoria de flores secas de aquellos días en los que en casa divertían en general dos cosas: que ganara la Real y que perdiera el Athletic de Bilbao, y no necesariamente en ese orden. Arzalluz decía que no le gustaba la Real por lo de real, y a nosotros nos gustaba llevarle la contraria a Arzalluz. Con el tiempo, cuando vivía fuera de Donosti en sitios donde no soplaba el Noroeste aprendí a querer al Athletic, sobre todo cuando jugaban contra el equipo local y todos querían ganar a los «vascos etarras». Yo, que soy vasco y no etarra, les llevaba la contraria. Hoy digo que me he acordado de mi padre que los días de derby salía a Lo Viejo de Donosti a invitar a rondas a los de Bilbao, y en esa melancolía he visto en la tele la gente junta sin mascarilla y haciendo arder la ciudad al grito del «lolololo». Entonces he pensado en qué diría mi padre de todo esto, que es lo único que le queda a un hijo sin padre: preguntarse qué diría de esto y de lo otro, y así tener un padre imaginado. Lo he visto diciendo que una sola metáfora más sobre la necesidad de vencer juntos al coronavirus y saldrá la gente a quemar contenedores, a lamer las barandillas de los autobuses y que después de la retórica deportiva gubernamental, vendrá la retórica del fuego. Aquí está.