Duque de Edimburgo

La Corona

El fallecimiento del Duque de Edimburgo ha puesto de manifiesto, una vez más, la enorme capacidad de atracción e interés –«entre la magia y el magnetismo»– que ejerce la Monarquía británica sobre una parte considerable de la opinión pública, y no sólo en el Reino Unido, a la que la serie «The Crown» ha contribuido enormemente. Tras la revolución francesa, las Monarquías pasaron en Occidente del absolutismo anterior a ser instituciones parlamentarias y liberales. Desde una perspectiva nominalmente «democrática», la legitimación de la Corona no se fundamenta en los votos obtenidos en unas elecciones, sino en un consenso tácito, social y político, que trasciende coyunturas y tendencias políticas, encontrando su legitimidad más profunda en las mismas raíces de la historia, a través de su propio ejercicio asumido a lo largo del tiempo y sometido a un plebiscito diario. Como institución que encarna la Jefatura del Estado, no hay comparación posible entre el valor simbólico propio de la Monarquía respecto de la República, forma de Estado que se instaura cuando falla como alternativa a aquélla en cualquier nación. Pretender contraponer por principio una a otra por no ser electiva, es un reduccionismo propio de prejuicios dogmáticos de una izquierda anclada en el asalto de los bolcheviques al Palacio de Invierno. La forma de Estado más estable es la Monarquía en la que el rey o la reina «reinan, pero no gobiernan», como la española o la británica, en las que sus pueblos ven reflejadas además su identidad nacional y su continuidad histórica.