Política
La generación del 39
Como prueban y señalan multitud de libros, de ensayos, y de recuerdos de esta generación del 39, actualmente, de ella proceden mensajes que no deben ser olvidados
Recientemente, se ha publicado el libro de homenaje a Carlos Robles Piquer, titulado Un español ejemplar, un europeísta convencido (2020). Y, también, un gran empresario español, Francisco Rodríguez, publicó un conjunto de reflexiones tituladas Descarrilamiento, quiérase o no: el Brexit, (2020); añádase, que no es posible examinar el papel de lo ocurrido positivamente en nuestra economía, ignorando la labor de Enrique Fuentes Quintana. Entonces, ¿Carlos Robles Piquer, Francisco Rodríguez y Fuentes Quintana tienen algo de especial que les vincule? Ninguno de ellos, como consecuencia de su edad, participó de forma activa en la Guerra Civil, iniciada en 1936, mas la vivieron y contemplaron en toda su intensidad. Todo ello fue generando algo muy importante.
A partir de 1939, se incluyeron todos ellos en centros académicos de alto nivel, ya universitarios, ya incluso centros educativos derivados de diversas instituciones. Y al analizar ese ámbito pedagógico, observamos multitud de semejanzas en el talante que surge en los tres y que merece, por ello, el nombre de generación del 39. Como consecuencia de esta formación dispar y de sus reflexiones posteriores, no se derivó una especie de unificación de talantes, dada la amplitud de los problemas existentes; pero sí nacieron vinculaciones intelectuales muy importantes, como consecuencia de la asistencia colectiva, en mayor o menor grado –en fechas muy próximas y con reuniones, a veces, apasionantes–, en lugares como fueron los Cursos de verano, en los que destacan los de la Universidad Menéndez Pelayo, y donde se entremezclaban debates, informaciones de grandes maestros, y conversaciones después de las clases, precisamente, con ellos. Por ejemplo, sentados en el suelo del jardín que rodeaba el edificio universitario de Santander, se escuchaba apasionadamente a Luis Rosales relatar, como testigo, lo sucedido en Granada, que había culminado con la muerte de García Lorca.
Por otro lado, esta formación inicial de la generación del 39 no ignoraba, sino que destacaba la persecución religiosa y el considerable número de mártires que, debido a cierta tradición anticlerical, había ensangrentado España; y ellos fueron doloridos testigos de ello. Como una especie de reacción, nació un acercamiento a la Iglesia Católica, a través de variadísimos caminos, incluyendo también lo que sucedía en campamentos de verano, a veces incluso en centros militares, donde nacía algo que nada tenía que ver con talantes sociales desarrollados durante el siglo XIX y los inicios del XX.
Pero también, los futuros miembros de esta generación del 39 contemplaban, con talante reverencial, las aportaciones de ciertos destacados miembros anteriores del mundo intelectual español, admirando la amistad entre ellos, como fue el descubrimiento de lo que había sucedido, a pesar de otras diferencias, entre Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset.
De modo inmediato, todos los miembros de la generación del 39 decidieron, ante el futuro, variadas posturas que exigían previamente una gran especialización. Se trataba así de la atracción, ya hacia el mundo de las cátedras universitarias, ya hacia oposiciones a altos puestos de la Administración, o surgiendo la búsqueda –que exigía un esfuerzo previo–, de tener peso significativo en el mundo empresarial.
Simultáneamente, más allá de nuestras fronteras, existían dos polos muy dispares, pero que atraían su atención. Uno de ellos era el hispanoamericano, por razones obvias. Pero, además, surgió otro que se consideraba fundamental para el futuro de España; se contempló con admiración y como algo fundamental para nuestro futuro, el nacimiento, a partir del Mercado Común Europeo, de una unificación en la que debía participarse.
Y cada uno de los miembros de esta generación del 39 consolidaba, a su manera, todo lo señalado; de modo singular, como había ocurrido siempre. Bien sabemos que no había sido igual el talante de Unamuno al de Azorín, y mucho menos al de Pío Baroja; no obstante, todos ellos tenían, entre sí, lazos muy importantes y que, cuando era necesario, los exponían. En el caso de la generación del 39, Rodrigo Fernández Carvajal tenía sus diferencias con Enrique Fuentes Quintana, o Alfredo Cerrolaza con Manuel Gutiérrez Barquin; mas, a pesar de ello, colaboraban entre sí, incluso estrechamente. Como había ocurrido a todos y cada uno de ellos, esas vinculaciones no impedían que, individualmente, siguieran su propio camino, con un estilo que siempre encontramos como propio, al estudiar las generaciones intelectuales.
Como prueban y señalan multitud de libros, de ensayos, y de recuerdos de esta generación del 39, actualmente, de ella proceden mensajes que no deben ser olvidados.
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