Marruecos
Que vaya el Rey
El Gobierno bonito de Pedro Sánchez, el que vendía que el ministerio de Defensa sobraba, que pruebe ahora qué efecto tendría si los militares españoles ofrecen una margarita (no Robles) a los que intentan invadir Ceuta. A Mohamed VI le hubiera calmado otro Rey, el emérito, que lo tienen exiliado en lugar de exprimir el jugo que le queda, o Felipe VI, con su agenda reducida como un colegial de la ESO sin deberes. Pero en lugar de una corona, aunque tenga espinas, han ofrecido a una Heidi con coleta que quiso hacer un 15-M en el Sáhara y una ridiculización de EEUU, confundiendo la parte por el todo, a Trump por la política exterior de EEUU, a Biden por un miembro del PSOE. En el fondo, Mohamed sabe que la unidad de España no interesa a los socios de Gobierno, porque si están dispuestos a tolerar un «procés» imagínense qué pensaran de Ceuta y Melilla, reducto de un «pasado colonial». Creerán que esas ciudades las fundó Franco. Marruecos lleva años haciéndose un traje de alta costura para el norte de África mientras España, que hasta reniega de Zara, va desnuda. Bienvenido, pues, al mundo real, al de El Fary cuando cantaba «El morito Juan»: «Yo soy un moro moderno, me gusta la discoteca/ Y le doy con mis colegas a fumarme la menteca». No vivió para verse de cabeza de cartel del festival de Benicassim, ahora que los modernos reivindican la raíz, para deleite del presidente cuyas palabras huecas, la sintaxis de la margarita, las tira Mohamed a los cerdos que no come. Este es solo el primer capítulo de una demostración de fuerza. La diplomacia y el ejército están para usarlos, no para pisotearlos como pañuelos de papel con el que la izquierda niñata se limpia los mocos. Sí, en una primera lectura de este manuscrito, Mohamed tiene la culpa, pero Sánchez e Iglesias hicieron una Cruela de Ayuso cuando el enemigo estaba a las puertas en otra frontera. Aquí hace falta un rey que reine y que mire a los ojos a su colega. Don Juan Carlos desde Abu Dabi, rodeado del poder árabe, y Felipe VI en Madrid harían más por el Tarajal que Marlaska cuya mejor idea fue reformular las concertinas porque desde su cinta para correr le producían unas insoportables agujetas.
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