Marruecos

Urge reconstruir las relaciones con Rabat

La crisis con Marruecos no se reconducirá de un día para otro. Arrastramos una compleja relación de vecindad, de intereses comunes y contrapuestos que nos conviene manejar sin excesos que haya que lamentar. Se han cometido errores por ambas partes, así lo hemos señalado reiteradamente, pero el más grave debe atribuirse a Rabat, en una reacción desmesurada, que roza la hostilidad, contra España y que no puede dejarse pasar sin mayores consecuencias, aunque sólo sea porque el enquistamiento de la actual situación puede convertirse en semilla de problemas más graves. En este sentido, no podemos estar más de acuerdo con la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, cuando, en la entrevista que hoy publica LA RAZÓN, recuerda que España, como nación soberana, mantiene posiciones políticas y diplomáticas en la cuestión del Sahara que difieren de los intereses de Marruecos, pero que no se trata de un cambio de estrategia sobrevenido, sino de un hecho constante en la acción exterior de todos los gobiernos de Madrid. Y señala, además, que nuestro país no fue consultado ni por Washington ni por Rabat en el proceso de reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara por parte de la Casa Blanca, un cambio de profunda trascendencia en el estatu quo regional. Existen, pues, diferencias de fondo con el reino alauí que deben ser abordadas desde el respeto recíproco, cuestión que no ha constituido, precisamente, el fuerte de la desproporcionada reacción marroquí. Toca ahora, con cierta urgencia, reconstruir unas relaciones bilaterales que, pese a todo, suelen discurrir por el camino del progreso común, como prueban las estrechas relaciones comerciales que mantienen los dos países, con España como vía privilegiada para el acceso a Europa de las exportaciones norteafricanas, desde el convencimiento de que un desencuentro permanente generará más perjuicios que beneficios a las dos partes.

Por supuesto, el Gobierno español tendrá que corregir actitudes que puedan ser malinterpretadas por Rabat, más aún, cuando están en su punto máximo las suspicacias con las que nuestro vecino del sur enfrenta todo lo que se refiere a su demandada soberanía sobre la antigua provincia española. Pero, al mismo tiempo, hay que expresar con la máxima claridad y la mayor firmeza que el cumplimiento de los acuerdos internacionales no es negociable y que el respeto a la integridad territorial española nunca puede entrar en materia de discusión. Y, sobre todo, no se debe premiar en modo alguno las políticas de presión migratoria con las que Marruecos suele «castigar» a España, pero que, a la postre, redundan en perjuicio de toda la Unión Europea.