Política

Nuevo Gobierno

Sánchez ha demostrado que sabe quitarse de encima a quienes la opinión pública no aguanta

El cambio de gobierno realizado por sorpresa y –en vista de la reacción de la oposición, casi con alevosía– no varía los objetivos de Pedro Sánchez. En cambio, sí que da muchas pistas acerca de cuáles son los nuevos medios que el presidente del Gobierno va poner en marcha para conseguirlos.

La primera constatación es que Sánchez da por acabada la pandemia. A diferencia de las sobreactuadas invitaciones a disfrutar del verano pasado, la decisión actual tiene naturaleza política: el gobierno que afrontó la crisis del covid no está preparado para lo que viene ahora. Quedan muchos problemas por delante hasta recuperar la convivencia previa, pero el covid es ya, gracias al descubrimiento de la vacuna y a la vacunación masiva, una enfermedad corriente, que no va a plantear más problemas de los que plantean otras.

Otro elemento relevante es el peso que cobra el Partido Socialista tras la salida de Iván Redondo. El hecho es innegable, pero resulta un poco más complicado de lo que parece a primera vista. El muy cacareado origen «municipalista» de los nuevos ministros indica que Sánchez piensa, probablemente con razón, que ha conseguido un partido más dócil que nunca a su objetivo fundamental, que es la creación histórica de una España plurinacional. Al PSOE se le invita a participar en la Gran Salto Adelante disfrazándoselo de «federalismo» y de constitución de una España federal o «federalizada». En vista de las reacciones, el PSOE, en particular el PSOE juvenil –digámoslo con sus propias palabras– al que Sánchez ha convocado al frente, parece entusiasmado con la etiqueta, dispuesto a suicidarse con Sánchez en el empeño.

Habrá quien piense que la inamovilidad de los ministros podemitas demuestra su consolidación. Lo que seguramente demuestra, más bien, es la escasa relevancia en la que la podemización de la política española ha sumido al partido de la indignación. Ni hay liderazgo, ni parece que haya acuerdo acerca de nuevos nombres para relevar a los actuales. Queda el símbolo, útil para Sánchez y garantía, para los separatistas, de que la senda emprendida por Sánchez no tiene marcha atrás. Se consolida por tanto el cambio de régimen.

Por su parte, un gesto de apariencia casi anecdótica revela la importancia que el presidente otorga a algunas cuestiones. Es el aterrizaje en Cultura del animoso y exuberante Miquel Iceta, que ya no es necesario para negociar con los separatistas, y en cambio se dispondrá a nutrir con todos los recursos necesarios un «state of mind» favorable al cambio, tanto en la naturaleza de España como en los debates en curso sobre «memoria democrática» o identidad de género. La apuesta de Sánchez por un cierto tono desenfadado indica la seriedad de este flanco, y la forma en la quiere evitar, a partir de ahora, la impresión de que es el progresismo –o lo que queda de la izquierda– el que toma la iniciativa en estos asuntos. Requerirá una respuesta inteligente y fina de quienes están enfrente. Todo lo anterior también. Sin contar con que Sánchez ha demostrado que sabe quitarse de encima a quienes la opinión pública no aguanta.