Pandemia

Antivacunas y misterio

Se cuentan por millones las personas necesitadas de explicaciones mágicas

Nuestro tiempo es de las vacunas que pueden reescribirse con punzón sobre la arcilla del código base; también, el de los negacionistas, similares a quienes repiten el cuento que relaciona vacunas y autismo, cortesía de un médico que después confesó el bulo. Algunos de ellos también sostienen que la teoría de la evolución no es más que eso, una «teoría». Pero sólo porque desconocen que el significado de «teoría» en el lenguaje popular, o sea, «conjetura, especulación o hipótesis», no rige en el ámbito científico, donde, como escribió en El Confidencial Antonio Diéguez, catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga, «teoría» «significa un conjunto de enunciados (o de modelos), algunas veces en forma de leyes, que cuentan con un sólido respaldo en la evidencia empírica». Con el aumento de la vacunación bajaron las tasas de hospitalizados y muertos. Dado que los periodistas somos analfabetos en números, algunos ya destacan el alto porcentaje de enfermos que habían recibido la pauta completa. Como siempre, pasan cantidad de considerar que dicho porcentaje sólo dice algo, y francamente bueno, al colocarlo frente al total de personas vacunadas. El biólogo Álvaro Bayón, incansable en su lucha contra las pseudociencias, advierte que dichos titulares están causados por la llamada «falacia de la frecuencia base». El profesor Diéguez, autor de libros tan formidables como «Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano», sostiene que la resistencia a las vacunas y sus beneficios puede estar relacionada con aquello que Max Weber diagnosticó como el «desencantamiento del mundo». Se cuentan por millones las personas necesitadas de explicaciones mágicas. A priori ni más listos ni más tontos que yo, eso por descontado. Pero incapaces de asumir que apenas somos una mota en la tesela general de las leyes físicas. Visceralmente enemistados con la idea de habitar un universo que no nos necesita, y que seguirá sin nosotros. La necesidad de que las cosas tengan sentido, los anhelos de un guión novelesco y un arco narrativo, son consustanciales a la experiencia del mono desnudo, que lleva preguntándose por los mecanos que animan las bóvedas celestes desde que abandonó Atapuerca. La literatura sirve como lenitivo o consuelo. Resulta fieramente humano explicar lo que nos pasa con algo más que un soplo de átomos y moléculas. Los problemas se multiplican cuando saltamos de Bach, bendito sea, a las versiones posmodernas del asunto. Con legiones de paranoicos convencidos de que la ciencia es una sucursal del complejo militar/armamentístico del Pentágono y/o zumbados que han transitado del terraplanismo a los chips para controlarnos y de la aromaterapia, el creacionismo o el horóscopo a engrosar las falanges de las huestes antivacunas, con gorrito de papel de aluminio para evitar las ondas electromagnéticas, Bosé mediante. Que cada uno consuele la neura como pueda o quiera. Aunque mucho mejor si los medios dejamos de darles carrete. Compensemos la fascinación por la nigromancia con el respeto de la realidad. Bayón propone contratar a un asesor científico antes de redactar la noticia del telediario. Tocará pagarle. Pero qué descanso, no añadir más rebuznos a la cacofonía.