Afganistán

La confusión de los niños

Condenamos la intervención militar estadounidense en Afganistán. Pero lloramos cuando los últimos marines abandonan Kabul

La posmodernidad amenaza con volar nuestros discos mentales. Condenamos la intervención militar estadounidense en Afganistán. Pero lloramos cuando los últimos marines abandonan Kabul. Celebramos 500 años de resistencia indígena en México. Pero tenemos opiniones conflictivas respecto al canibalismo y otros hábitos mexicas. Derribamos las estatuas de Colón y aborrecemos de Hernán Cortés. Pero nos cuesta exculpar los lagos de sangre descorchada para cebar a Tonatiuh en su trono celeste, mientras una camarilla de aristócratas y sacerdotes con plumas de xiuhtototl devoraba el hígado de los niños. Gritamos no al imperialismo. Pero reivindicamos todas y cada una de las conquistas humanistas consagradas por las revoluciones liberales. Odiamos a los viejos hombres blancos malvados de cuando entonces. Pero olvidamos que, si bien prácticas tan aborrecibles como la esclavitud enfangan la historia desde el principio de los tiempos, sólo Occidente peleó para abolirlas. El colonialismo llevaba asociada la rapiña, la corrupción y el racismo. Pero los mundos previos que liquida tampoco fueron la Arcadia Feliz y, con todos sus pozos de sombra y rincones oscuros, lo cierto es que desembocamos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos gracias a las aportaciones civilizadoras de los países que atravesaron la Ilustración. Occidente es la bárbara explotación del Congo y es, al mismo tiempo, Conrad y el corazón de las tinieblas. Al igual que el gran poder Occidental de nuestra era, los EE UU, pactaron con las oligarquías locales en Hispanoamérica y el Sudeste asiático, y apoyaron a todo un catálogo de gorilas para oponerse a la Orquesta Roja, no es menos cierto que hoy por hoy, frente al auge brutal de regímenes como el chino, acusado de genocidio, contra el nacionalismo salvaje de Rusia, y en oposición al resplandor asesino del yihadismo, no hay más posibilidad de rescate ni otra hipótesis ilustrada que el Tío Sam promueva y defienda a punta de M-16 y B-52. De modo que a ver si nos aclaramos. O abandonamos Afganistán en manos de unos tíos que lapidan adúlteros. O asumimos que sin barras y estrellas no eran factibles las garantías y privilegios que nosotros, apáticos niños consentidos, acostumbramos a despreciar.