Guerras y conflictos
Guerras
La guerra ha cambiado de rostro. Ya no parece lo que es. Ahora se disfraza. Los ejércitos son indistinguibles de la Cruz Roja.
Charlando con unas amigas, una confesó: «Estoy harta del independentismo catalán. Quiero que se vayan, que Cataluña se independice, que nos dejen en paz». Otra componente del grupo no opinaba lo mismo y alegó, sin titubeos: «¿Cómo es eso? ¿Quieres “que se vayan”…? ¿Así, sin más? ¿Dices que deseas que se lleven una parte esencial de mi patria para que tú puedas sentirte menos molesta? ¿Y que lo hagan por agotamiento nervioso?, ¿firmando algún papelito…? ¡Pues no! Para hacer eso, ¡tendrán que ir a la guerra! Y ganarla, claro. A una guerra civil, con muertos, desaparecidos, violaciones de derechos humanos, ausencia total de fondos de ayuda procedentes de la put* España, hambre y carestía de mascarillas. Yo ya no estoy en edad de ser movilizada, pero me apuntaré voluntaria para batallar. ¡En infantería! Iré y defenderé lo que es mío. Si tanto quieren “irse”, estarán dispuestos a morir para conseguirlo, ¿no? Yo estoy decidida a morir para que eso no suceda». Todas la miramos, mudas de la impresión. Hablaba en serio. Pero la palabra «guerra» está tan desprestigiada, tan absolutamente denostado el concepto de enfrentamiento armado, que su sola mención provoca pavor. Sin embargo, las guerras encubiertas que vivimos hoy –mentirosas, sucias, terroristas, cobardes…–, no alarman a nadie. Todos luchan, a su modo, en ellas, sin cuestionarse la violencia inconmensurable que generan, el dolor, la terrible miseria que esparcen. La guerra ha cambiado de rostro. Ya no parece lo que es. Ahora se disfraza. Los ejércitos son indistinguibles de la Cruz Roja. La guerra es facha. Si bien, la guerra convencional, el enfrentamiento armado, antaño por lo menos tenía un final y un día acababa el horror y llegaba la paz, la reconstrucción. Hoy las guerras resultan agotadoras, y ni siquiera el inepto Biden es capaz de pronunciar su nombre a pesar de tener bajo su mando al ejército más poderoso del mundo. Aunque vivimos, en realidad, en un engaño colectivo, en una gran farsa: porque las guerras siguen existiendo, devorándonos. Lo peor es que ahora, además de ocultas, son interminables. Porque pocos, como mi impetuosa amiga, están dispuestos a ir al frente.
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