Pedro Sánchez
«Está guapísimo»
La escena contiene una belleza casi de sakura, un temblor, una nota japonesista, una belleza contenida de sí misma, casi el cerezo en flor que pintó Van Gogh a su sobrino Vincent
A nadie le iba a sorprender si se conociera que el paseíllo de Yolanda Díaz y Pedro Sánchez el día de los presupuestos lo ha dirigido Montxo Armendáriz. La escena contiene una belleza casi de sakura, un temblor, una nota japonesista, una belleza contenida de sí misma, casi el cerezo en flor que pintó Van Gogh a su sobrino Vincent en el manicomio del Sur de Francia. La pareja camina por Moncloa y la cámara la sigue en su transitar por mi Españita, que es eterna pero que se gasta sobre todo si la pisan de esa manera. A Él le cae el traje de manera impecable, en una arruga azul y medida que guarda un eco del Cantábrico por mucho que sepamos que el jefe de Gobierno es en tiempo, estilo y forma un personaje del Levante español. Pero ahí no, digo, pues Sánchez consigue en la imagen un estilo panhispánico, una vez desprendido del lastre de Pablo Iglesias y de aquellos zapatones que calzaba en las primeras entrevistas nuestro querido presidente. Ahora se viste y lo mismo queda bien en la Feria de Sevilla que en el Náutico de San Sebastián. Decía Rosa Belmonte que a Sánchez lo admiraba mucho la primera ministra de Nueva Zelanda porque lo veía de lejos, y de lejos quién no quiere a Pedro Sánchez.
Ahora posa con la vicepresidenta Yolanda Díaz, y no es que sean complemento el uno del otro, es que son los novios de la tarta de España. Uno alcanza esta convicción después de verla vestida de blanco como una novia campestre en el suroeste de Madrid que gracias a ella no conoce lo que es la boina de contaminación. Lo normal es que Yolanda Díaz mude de estilo cada día en un fondo de armario camaleónico y profundo y por eso se le conoce como la ministra Mortadelo. Pero hoy va de blanco ah, Yolanda, vestal y cariátide, pretende salvar el comunismo con la estética, que es una manera mucho más efectiva que dar lecciones de conciencia de clase desde un chalet de cien millones de euros, dónde vas a parar. Díaz oprime mucho con la educación y la sonrisa, de manera que entra en una habitación y todo el mundo recibe una capa de polvo de estrellas. Yolanda Díaz es una mujer fría, que según mi amigo José Alonso es lo que le ayuda a uno a enfriar el agua y poco más, pero se aparece aquí y allá como la Campanilla de Fene –otro, claro, es Pedro Pan–, o Blancanieves donde los españoles somos los enanitos.
De la belleza que dan el poder y los galones hablaba un chiste que me contaba mi padre sobre una ratita que presentaba su novio a sus padres y como el novio era un murciélago, los padres le recriminaban a la ratita que era un novio muy feo, a lo que ella respondía: «Pero es piloto». El Gobierno posee un suelo de belleza. Cada presidente ha tenido su cosa. Mi abuela, que era una francesa de Huelva, decía que ella votaba a Felipe porque salía pronunciaba «invienno» y eso a ella le ganaba. Aznar tenía una cohorte de admiradoras porque todos los hombres pueden tener a alguien y en su España, si no te hacías 600 abdominales no eras nadie. Baltasar Garzón concitaba detrás de sí una marea de admiradoras que se desmayaban en sus conferencias pese que él las trataba con perfecta caballerosidad. En los cursos de verano de El Escorial se sabía cuándo iba a llegar Garzón al pub porque un momento antes, se llenaba de alumnas y de escoltas. @crispas sigue enamorada de Mariano Rajoy y del PP recuerdo un gran tuit cuando don Mariano salió a uno de los debates y en su cuenta de Twitter escribieron: «Está guapísimo».
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