Internacional

Las frágiles fronteras europeas

La presión migratoria es siempre un instrumento muy útil para extorsionar a la UE

Las imágenes de la frontera entre Polonia y Bielorrusia son impactantes, ya que vemos a los refugiados calentándose en hogueras improvisadas, las angustiosas alambradas y a decenas de miles de personas hacinadas intentando huir de la miseria de sus países de origen. La utilización de los inmigrantes como arma política se ha convertido en algo habitual para los regímenes que no respetan los derechos humanos y las libertades públicas. En esta ocasión, es Aleksandr Lukashenko, uno de esos sátrapas que vienen de la etapa soviética y que gobierna Bielorrusia con mano de hierro. Este antiguo defensor de la URSS lleva en el cargo desde el 20 de julio de 1994. No había cumplido los cuarenta años cuando consiguió ganar las elecciones presidenciales gracias a su fama como luchador contra la corrupción. Como sucede muchas veces, «dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». Hasta el momento acumula seis mandatos y su principal dedicación es la persecución de opositores y la violación de los derechos humanos, así como acumular una enorme fortuna y favorecer a familiares, amigos y colaboradores. Lo propio de los déspotas que controlan con mano férrea un país.

El mundo está lleno de sujetos como Lukashenko. No solo en la política, sino en cualquier actividad profesional. En este caso, se trata de un personaje zafio y mediocre que tuvo la oportunidad de asaltar el poder y la utilizó. No hay que olvidar que tiene alrededor de 10 millones de bielorrusos bajo sus botas y exprime el país con total descaro. La presión migratoria es siempre un instrumento muy útil para extorsionar a la UE, porque somos frágiles y cobardes. Los chantajistas saben que siempre pagaremos, de una u otra forma, para que no nos compliquen nuestra cómoda existencia. No le falta razón a Putin, el todopoderoso déspota ruso, cuando pide que se ayude a Bielorrusia. Esto enriquecerá aún más a Lukashenko. Es lógico que la UE sea muy débil e incoherente, porque no tiene una política exterior común seria y rigurosa, sino que depende del conflicto que afronta. Una vez más, se trata de los antiguos países que controlaba la URSS y ahora lo hace Rusia. En todos ellos, sus gobernantes abrazaron con fervor el autoritarismo que vivieron desde niños.