Política

Ayuso, la tierra para quien se la trabaja

Ante tanta contención, ante tanta gestualidad de la corrección, Ayuso ofrece su incontenible naturalidad y una actitud rebelde, insolente, desafiante

Cuando Cristóbal Montoro era Ministro de Hacienda no dudaba en expresar jugosas opiniones personales a sus invitados mientras los paseaba por un ministerio que representaba «a España» como ningún otro. No le tenía mucho apego a su cofrade Ministro de Economía, De Guindos. Estando este de viaje oficial en Australia se mofaba del tiempo que podía emplear su compañero de gabinete en tan largo recorrido. Él, según aseguraba, no se podía permitir esas excursiones. Sus responsabilidades se lo impedían. Jocoso soltó «pero claro ¿para qué sirve un ministro de Economía?». No sólo no se llevaban bien las súper ministras Soraya y De Cospedal, Montoro tampoco era uña y carne con su alter ego en el gobierno.

Montoro reivindicaba el carácter vertebrador de su ministerio mientras paseando como anfitrión señalaba, con orgullo, los cuadros de sus antecesores en el cargo. No se cortaba para nada. Tampoco en censurar a algunos de sus compañeros de partido andaluces que seguían por aquel entonces anclados en la oposición. Montoro evocaba su larga trayectoria militante en el PP «cuando no pintábamos nada, estos de ahora se lo han encontrado todo hecho» y les llamaba «quejicas» y «blandengues». Por el contrario sorprendió con una afirmación que tal vez tenía algo de condescendiente y complaciente para con sus invitados catalanes. «A mí el que me gusta es ese paisano mío ¿cómo se llama? … ¿Rufián? ... Ese sí tiene agallas, es como yo, de Jaén, de una tierra áspera, dura». Y no se quedó ahí «los de Jaén somos gentes acostumbradas a labrar una tierra árida. No como esos de Sevilla, que son unos señoritos y se quejan por todo, siempre llorando».

La presidenta Isabel Díaz Ayuso llegó a las listas del PP sin pedigrí. Ocupó en 2011 el lugar 74. Tenía escasas posibilidades. Pero Esperanza Aguirre barrió de tal manera que se llevó 72 de los 129 escaños, con lo que no sólo revalidó su mayoría absoluta, machacó a Tomás Gómez. Jamás medió tanta diferencia de escaños entre PSOE y PP. Ayuso llegó a la política bajo el aura imperial y thatcheriana de Aguirre, montada en una máquina electoral que barría a sus adversarios. Otro cantar es como logró transitar Ayuso de ir en el furgón de relleno de 2011 a liderar el PP madrileño en las elecciones, emulando en actitud y resultados a una de sus más fervientes valedoras, la lideresa Esperanza Aguirre.

Hay algo de ese carácter que ensalzaba Montoro en la desacomplejada, seductora y joven Ayuso que, todo sea dicho de paso, aparenta ser más joven de lo que es. Proyecta algo de espíritu juvenil, como si profesara aquello de ser joven y sentirse invencible. Ayuso ha sido el auténtico revulsivo del PP cuando, oliendo la maniobra suicida urdida por Ciudadanos con el PSOE, adelantó las elecciones. Se lo jugó todo a una carta, el relumbrón obtenido en su permanente confrontación con el Gobierno de Pedro Sánchez, ejerciendo la presidencia más liberal ante la pandemia. Ayuso levantó las expectativas de un PP alicaído y un Casado al que ya recitaban la misa de difuntos. Y con el vendaval Ayuso, el PP remontó, salió de su letargo y Casado emergió en los sondeos como clara alternativa electoral a Sánchez. La partida había cambiado de guion. Pero cuando más felices se las prometían Casado y Génova, la nueva estrella popular levantó el dedo para decir a propios y extraños que la tierra es para quien se la trabaja. Esa tierra, dura y áspera, de los jienenses, la que curte carácter frente a los señoritos.

Ayuso es un fenómeno que no deja indiferente, que se suelta sin rubor tanto en redes sociales como en sorprendentes declaraciones que encuñan una especie de nacionalismo madrileño que solivianta a presidentes como el valenciano Ximo Puig que acusó al ejecutivo de Ayuso de competencia desleal y dumping fiscal.

Su chispa arrasó al soso Gabilondo, se lo merendó de un bocado y encandiló a unos madrileños que premiaron su tesón libertario frente a la cerrazón predicada por el Gobierno de España. Pero no sólo era su gestión de la crisis provocada por el Covid. Era su desparpajo, su atrevimiento, sus salidas de tono. Ante tanta contención, ante tanta gestualidad de la corrección, Ayuso ofrece su incontenible naturalidad y una actitud rebelde, insolente, desafiante. Se soltó entonces, atizando a un Gobierno sin oposición para regocijo de una derecha triste, ávida de alegrías. Y se sigue soltando ahora ante un Partido Popular al que sacó del ostracismo y al que hoy desborda con la misma receta.

Le funciona en Madrid, sin lugar a dudas. Está por ver –para terror de la actual dirección nacional de sus propias filas– si su estilo –que tiene algo chulapo, castizo– daría los mismos frutos en España si un día está en condiciones de dar el salto y ser la primera mujer –como Thatcher como Merkel– con opciones de ser presidenta de España.