Cine

«No mires arriba»

Nuestros analistas, ciertamente, no nos han invitado a la risa, porque han encontrado la película inquietante, como una turbadora demostración de que carecemos ya de capacidad crítica

El director de «No mires arriba», Adam McKay, declaró: «mi objetivo era hacer una comedia que arrancara sonoras carcajadas, y no sonrisas torcidas». Fracasa, y la cuestión es si hemos perdido la capacidad de reírnos sobre cosas muy serias, o si lo que sucede es que McKay no es Kubrick, y su película no es «Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?».

El esquema de ambos filmes es similar: comedias de humor negro, con estupendos actores, que aspiran a hacer reír mediante llamadas de atención sobre problemas gravísimos: ahora es un cometa que puede arrasar la tierra ante la indiferencia generalizada; entonces era la guerra nuclear entre EE UU y la URSS.

Pero así como muchos nos reímos en los años sesenta con los siniestros personajes encarnados por Peter Sellers y George C. Scott, entendiendo la gravedad genuina de la fantasía que representaban, con «Don’t look up» nos reímos poco, a pesar del talento de monstruos como Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchet, o el joven Timothée Chalamet. Nuestros analistas, ciertamente, no nos han invitado a la risa, porque han encontrado la película inquietante, como una turbadora demostración de que carecemos ya de capacidad crítica o de simple reconocimiento de la verdad.

El típico ecologista progre estaría encantado con el film, pero sin reírse, claro, que no está la cosa para bromas. Pero se quedaría con la catástrofe, con la torpeza negacionista de las autoridades, con la complicidad de los medios, y con la corrupta codicia del empresario tecnológico, una especie de Zuckerberg o Gates pintado por Shoshana Zuboff como paradigma del malvado «capitalismo de la vigilancia». Le dice al científico héroe que sabe todo de todos, que sabe cómo va a morir, porque el científico es un mero ratón de campo, y él tiene a todos controlados.

Esto tiene un lado gracioso, que no da resultado porque, como escribió Joe Morgenstern en el Wall Street Journal, la película desperdicia y trivializa todo: «podría haber sido muy divertida de haber sido realizada con algún respeto por nuestra inteligencia y por el poder de la sátira más que del nihilismo simplista».

Por cierto, la solemne tontería que cantan Ariana Grande y Kid Cudi realmente empalidece frente al amargo y brillante sarcasmo que representa «We’ll meet again», de la gran Vera Lynn, en la escena final del holocausto nuclear en Dr. Strangelove.