Política
Socialismo y autodestrucción
Ese odio nihilista está en la raíz del socialismo español y de los nacionalismos de nuestro país
A veces pensamos en la alianza del PSOE con los nacionalistas es un acuerdo puramente oportunista, por parte del PSOE, y, por parte de los nacionalistas, de fines imposibles de cumplir, como es el referéndum de autodeterminación. Hay una parte de verdad en esta interpretación. El PSOE de Sánchez, como el de Rodríguez Zapatero, están dispuestos a cualquier cosa para alcanzar el poder y seguir en él: basta con recordar los días transcurridos entre los atentados de Madrid de 2004 y las elecciones del 14-M. Ahora bien, en realidad, la alianza no es más que una vuelta a las esencias radicales del PSOE, que el liderazgo de Felipe González, a pesar de su paréntesis «socialdemócrata» y algunos socialistas con conciencia española, no hizo nada por cambiar. Aquello, lo de Felipe González, sí que fue oportunismo. Lo que vino después es la recuperación de los principios socialistas, entre los que se cuentan, de forma destacada, el desmantelamiento de la nación constitucional y el descrédito de la democracia cuando no se atiene a los objetivos del socialismo.
También es cierto que los nacionalistas se han embarcado en un proceso sin salida. No todos, sin embargo. Tras haber sembrado el terror durante décadas, los nacionalistas vascos han conseguido, con la complaciente ayuda del PSOE, la hegemonía política y cultural en el País Vasco. Cuando la nacionalización esté plenamente realizada y se haya consumado la euskaldunización de Navarra –sin prisa pero sin pausa–, un referéndum, más o menos disimulado, pondrá negro sobre blanco la existencia de una mayoría partidaria de la secesión. La torpeza y la impaciencia de los nacionalistas catalanes, muy propias de su carácter o de sus «señas de identidad», han impedido un proceso similar en su región, con la consecuencia, entre otras, de un desprestigio de la causa nacionalista y una degradación acelerada de la economía, la convivencia y la reputación de Cataluña. Lo que se pierde por un lado se gana por otro, sin embargo: la propia degradación es la demostración de la impotencia del Estado y la nación españoles para plantar cara y superar al nacionalismo, retomar el control de la situación y reafirmar la primacía del Estado central. La nación española corrobora su fracaso histórico.
En los dos puntos –la futura apoteosis de la nación euskalduna y la interminable labor de zapa de la nación y el Estado español– los nacionalistas cuentan con la colaboración de los socialistas, espoleados además por sus retoños, los progresistas podemitas. Solemos pensar que los objetivos de los seres humanos resultan en la adquisición de un beneficio. No siempre es así y de hecho, en muchas ocasiones los seres humanos, en particular cuando los arrastran las pasiones políticas, buscan sólo la destrucción, y no sólo la del adversario. Ese odio nihilista está en la raíz del socialismo español y de los nacionalismos de nuestro país, surgidos hace ya más de un siglo con el propósito de acabar con el régimen, la nación y el Estado liberal. No pararán hasta que lo consigan. La experiencia de estos cuarenta años de democracia debería llevar al convencimiento de que sólo una posición firme y clara –y plenamente democrática, porque una sociedad como la española no se degrada tan fácilmente como sus elites– permitirá contrarrestar estas pulsiones autodestructivas.
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