Economía

Demografía

El recurso más escaso del que disponemos no es ningún mineral, sino la mente humana: cuantas más personas estemos cooperando en la generación de riqueza tanta más riqueza generaremos

Los países desarrollados tienen un serio problema demográfico: de entre todos ellos, sólo Israel supera la tasa de reposición poblacional, lo que significa que, salvo que lo evite la emigración desde los países no desarrollados, en el futuro experimentarán no sólo una reducción en el volumen de su población, sino también un envejecimiento de la misma. Desde luego, quienes consideren que el ser humano es un consumidor neto de recursos (un «estómago») estarán de enhorabuena: menos población es menor presión sobre los escasos recursos naturales y, por tanto, más sostenibilidad ecológica. Quienes, en cambio, consideramos que el ser humano es un productor neto de recursos (un «cerebro») no contemplamos con tanto optimismo este proceso: menos población joven es menor emprendimiento, menos innovación y, en suma, menos progreso económico. El recurso más escaso del que disponemos no es ningún mineral, sino la mente humana: cuantas más personas estemos activamente cooperando en la generación de riqueza tanta más riqueza generaremos.

España es desde luego uno de los países con un futuro demográfico más sombrío, si bien nuestro gobierno confía en que afluyan diez millones de inmigrantes durante las próximas tres décadas y que así evitemos un significativo retroceso poblacional. Pero existen otras regiones del planeta que no pueden confiar en la inmigración para compensar la esperable caída de la población. Japón es una de ellas, toda vez que la isla rechaza abrirse a la inmigración y cada vez carga con una demografía menos juvenil (como suele decirse, el consumo de pañales en Japón ya es mayor entre los ancianos que entre los recién nacidos). Y, asimismo, otro país cuya demografía va a complicarse sobremanera durante los próximos años es China. El gigante asiático es la polis con más habitantes del planeta y su población sigue aumentando, pero cada vez lo hace a un ritmo más pausado: los últimos datos de demografía nos indican que apenas ha habido 10,6 millones de nacimientos frente a 10,1 millones de defunciones, dejando el crecimiento prácticamente plano (medio millón de habitantes en un país con más de 1.000 millones no es nada). A su vez, el porcentaje de población con más de 65 años ha pasado del 9% en 2010 al 13,5% en 2020. Pero probablemente el dato que más pesimismo genere sea que la población femenina en edad de tener hijos ya se está reduciendo: si en 2006 había más de 50 millones de chinas entre 15 y 19 años, ahora son menos de 30 millones; las mujeres entre 20 y 29 se han estabilizado; aquéllas de entre 30 y 39 han descendido desde 110 millones a menos de 90 millones; y las que cuentan con entre 40 y 49 han bajado en 5 millones. En total, casi 50 millones menos de mujeres en edad de tener hijos que hace tres lustros. Acaso por todo ello, el Partido Comunista lleve años relajando las restricciones a la natalidad que él mismo impuso desde 1980. Así, en 2015 se abandonó la política de hijo único para permitir a las familias criar a dos hijos. Ahora, a partir de 2022, se autorizarán hasta tres hijos por pareja. El problema es que, al menos de momento, no se observa efecto alguno de haber incrementado el número máximo de hijos hasta dos. Parece que hay otras barreras que, tanto en China como en la mayor parte del mundo, desincentivan el deseo de una prole amplia.

Presionaremos menos al medio ambiente pero también progresaremos mucho menos.