Partido Popular

Por qué Núñez Feijóo no se ríe

Para que obrara el milagro, a Feijóo debían ir a buscarlo para pedirle que intercediera; para que se apareciera, debían invocarlo

Se aparece Núñez Feijóo como una figura paternal, ascendente, casi un padre al borde de la piscina. Se hace carne con esa materia de autoridad lejana, mitológica como de bruma en la cumbre de los montes de Galicia de piedras antiguas y ceremonias celtas, guardián de una verdad prepolítica de dólmenes y castros. Cuenta la leyenda mosaica fundacional del centro derecha que después del Apocalipsis bajará a Madrid un salvador desde el noroeste y traerá las tablas de los mandamientos del camino a la Moncloa. Núñez Feijóo representa una autoridad de sabio asceta retirado en la distancia de la cueva de la política autonómica gallega, conservador de las esencias misteriosas del fraguismo, un refugio al que acude el pueblo díscolo en busca de ayuda para que llueva o truene o lo que sea que le haga falta. Porque en la mitología pepera, para que obrara el milagro, a Feijóo debían ir a buscarlo para pedirle que intercediera y se hiciera cargo de los destinos de Génova; eso es: para que se apareciera, a Núñez Feijóo debían invocarlo.

Así que lo invocaron y aquí está, hecho de una materia que no se atreven a definir. Los cronistas hablan de él tangencialmente y definen como pueden propiedades y virtudes que son contradictorias –es sólido y a la vez gaseoso–, y que lo sitúan entre la novedad y la tradición, las nuevas ideas y el haber vivido mucho, la ingenuidad y su condición de viejo zorro de las mayorías absolutas, un representante de PP de siempre y de un aire nuevo. Feijóo es un líder entre corchetes y queda en algún lugar entre estas consideraciones que se le atribuyen sin llegar a definirlo más allá de que es un tipo que tiene empaque, que es una medida que no responde a fórmulas matemáticas comprobables y que es difícilmente mesurable, como el trapío de los toros.

Feijóo tiene trapío, eso no lo duda nadie, y vive en una zona cercana a la seriedad, condición de su feliz socarronería y de una mirada con gafas de carey que ya vuelven a llevarse. Lo que no hace el presidente del PP es reírse. Casado era un tipo tendente a reír porque buscaba agradar a los demás, y esa fue probablemente la razón que le impedía la acción política que los suyos le recomendaban. A Casado le costaba quedar mal, y lo le entiendo porque a mí me pasa exactamente lo mismo. Sonreía como yo sonrío a todo el mundo y a veces nos toman por locos. En Moscú me subí en un autobús y le sonreí al conductor y a los pasajeros, y por poco no me internan en un psiquiátrico en los Urales.

Digo que Casado sonreía tanto y terminó tan mal la cosa que ahora en el PP está mal visto reír demasiado. La sonrisa está poco menos que maldita y al que se ríe lo toman por endemoniado. Ahora quieren gente seria, gente madura, gente adulta como Núñez-Feijóo, gente que no va por ahí sonriendo porque se entiende que aquí se viene a la gestión, no a sonreír, ¿de qué se están riendo, eh? O es que no ven la que está cayendo. Gente austera, eso es lo que proclaman ahora, gente austera y antigua, casi de ley vieja del regionalismo con la cabeza sobre los hombros, y en eso conectan con las viejas raíces del PNV, donde tampoco se ríe nadie y logran parecer una formación confiable, es cierto que cada vez menos. Para encontrar el tono de gestor resolutivo del PNV, al PP solo le faltan un par de calvos.