Investidura

El día D para PP y Vox

Castilla y León se convertirá en el primer laboratorio político para testar futuros gabinetes de coalición de ambas formaciones de centro derecha

PP y Vox pasan juntos de las musas al teatro. Desde este lunes, si todo marcha como está previsto, la Junta de Castilla y León presidida por Alfonso Fernández Mañueco se convertirá en el primer laboratorio político para testar futuros gabinetes de coalición de ambas formaciones de centro derecha. Muy atentos estarán aquellos que van a examinarse en las urnas en 2023. No digamos ya Juanma Moreno, quien, según todo parece indicar, se someterá en un suspiro, en junio, al escrutinio de los andaluces. E incluso el mismo Alberto Núñez Feijóo: recién elegido, sentirá la redoblada presión de la izquierda, recordándole que la nueva mano de pintura que ha venido a dar a Génova 13 es del color verde de la «extrema derecha voxista». Pedro Sánchez ya ha mutado el discurso: de «Que viene la ultra» a «Los ultras están en poder».

El principio de acuerdo cerrado mano a mano entre Alfonso Fernández Mañueco y Santiago Abascal se ha centrado en lo programático. Es lo sensato. Vox ya ha buscado condicionar desde fuera otros gobiernos del PP, a menudo con excesivas muestras de ambigüedad, pero ahora le toca dejar atrás los efectos especiales y demostrar capacidad de gestión. Abascal sabe bien que Castilla y León es un antes y un después para él, así que, inteligentemente, al margen del vicepresidente, Juan García Gallardo, ha difuminado el peso político de su «dream team» con perfiles solventes, de trayectoria comprobada, con la alineación de Gerardo Dueñas (técnico agrícola palentino de reconocido prestigio, miembro del sindicato Asaja) para Agricultura, Gonzalo Santonja (un exiliado antifranquista que fue asesor cultural de Rafael Alberti y salmantino ilustrado donde los haya) para Cultura y Mariano Veganzones (funcionario autonómico vallisoletano de dilatada experiencia en materia laboral y económica) para Empleo. Desde el propio PP castellanoleonés se valora que sus coaligados hayan decidido colocar «un equipo congruente, profesional e inatacable».

El propósito es claro: que la acción de la coalición no esté colonizada por cuestiones ideológicas. Estabilidad y gobernabilidad son los ejes destacados. Es decir, que los ciudadanos vean, al revés de lo que ocurre en la sociedad entre socialistas y morados que sustenta a Sánchez en La Moncloa, que lo importante es resolver los problemas reales de la gente y no perderse en debates inútiles sobre ocurrencias teñidas de partidismo. Ambas partes quieren iniciar esta etapa pisando suelo seguro. Pero Mañueco, desde luego, no es nada ingenuo, así que sabe bien que va a tener que resistir los embates de la izquierda denunciando en tromba «el pacto de la vergüenza».

Con todo, a poco que rasques de puertas adentro en La Moncloa, se palpa que la inquietud aumenta. Porque es evidente que la alternativa es ya entre el PSOE y sus corrosivos costaleros (Podemos, ERC, Bildu) por un lado, y el PP y un Vox «que ha dejado de dar miedo» por otro. Y esto lo reconocen incluso algunos barones autonómicos socialistas cuando en la conversación no median los micrófonos. En suma, espolear el temor a la «ultraderecha» ha dejado de funcionar. Pese a que los creadores del relato monclovita traten de estirar ese mantra.

El propio presidente del Gobierno aprovechó su encuentro de tres horas con Alberto Núñez Feijóo para tantear el terreno. Sánchez jugó a dejar caer su disposición a contribuir a un aislamiento de Vox. Sólo buscaba provocar una reacción del presidente del PP. Pero no hubo forma. Se quedó con las ganas. Feijóo evitó caer en la trampa y se limitó a reiterar su voluntad de entenderse en aquellos temas que mejoren la vida de los españoles. El nuevo líder popular descoloca a Sánchez. Lo reconoce en privado. Nada que ver con Pablo Casado, a quien tenía como un rival débil que llegó a ser descrito por el núcleo duro socialista prácticamente como un «aliado» en la estrategia gubernamental.