Partido Popular

Ahorcarse para nada

fue una acción tan estúpida como inútil, pero al mismo tiempo sanadora o al menos de alivio para el propio partido que parecía estar deseando ya librarse de la pareja que quiso y no pudo hacer un PP porque pretendían levantarlo a su medida

No hay nada noble en una guerra. Ni siquiera en la metafórica de lo cotidiano, de la supervivencia personal, o profesional o política. La nobleza no está nunca en la destrucción. Puede haber gestos nobles, honrosos o humanos en el mejor sentido del término, en acciones individuales, y siempre a cargo de los que quienes montan guerras envían a combatir o a enredar. Desde luego, en las víctimas cuando su resistencia es heroica. Pero nunca hay nobleza en quien la desencadena. Esa ausencia suele ser tan profunda como amplia es la crueldad o puede serlo también la estupidez de los diseñadores de conflictos, ya sean nucleares, armados, caseros o políticos.

Pienso en la nobleza como idea pervertida cuando Rusia se la atribuye en la crudelísima liberación del Donbás ucraniano. Pienso en la nobleza como exigencia del arte público, del ejercicio de la política, al menos en el concepto antiguo de servicio al bien común ante la propuesta de una mirada más cercana. Porque tampoco en la guerra política hay nobleza, aunque la sangre sea figurada y la biología que se trunca sea la profesional. Leo que finalmente el congreso del Partido Popular madrileño será los días 20 y 21 de mayo y que la actual dirección de mestizaje gallego andaluz considera normal que la Presidenta del gobierno del PP en Madrid aspire también a serlo del partido. Pues claro. Sólo a alguien tan ciego o tan inseguro como manifestaron ser el dúo sacapuntas Casado-Egea se le ocurre poner peros a tal ambición sobre todo calibrando el poder adquirido y creciente de la señora presidenta Ayuso no sólo en la Comunidad de Madrid.

A estas alturas de la historia, con la digestión de la crisis hecha ya de sobra, sin más culpas ni remordimientos que los del dúo que se enredó la soga al cuello y se tiró por la ventana, me pregunto si se preguntan aquello de si valió la pena. Y la única respuesta posible es que no tuvo sentido. De ninguna de las maneras. Ni la tinta ni la sangre vertidas han dado hasta ahora razón para aquella disputa perfectamente estúpida, nadie sabe por qué Casado se empeñó en seguir la idea de plantarle cara a Ayuso cuando las encuestas se le ponían del revés y en la batalla tenía todas las de perder. Quizá se lo siga preguntando Casado, que dio la sensación en su despedida de no haber entendido nada aún. Quizá se esté planteando un par de conversaciones a calzón quitado con Egea o una lectura distante y a ser posible desprovista de prejuicios le ayude a entender. Le vendría bien.

Lo que está claro ya a día de hoy, y este es el sentido de esta reflexión compartida, es que al dotar de carta de normalidad al deseo de Ayuso por parte de la nueva dirección, lo que han hecho no es sino poner en evidencia la torpeza de los anteriores. Torpeza que esperaba el siempre atento enemigo interior, porque hay que ver la velocidad a la que los afectos fueron cayendo a medida que profundizaban las cornadas del adversario.

Esa sería la segunda lección: fue una acción tan estúpida como inútil, pero al mismo tiempo sanadora o al menos de alivio para el propio partido que parecía estar deseando ya librarse de la pareja que quiso y no pudo hacer un PP porque pretendían levantarlo a su medida.