Política

Cuestión de impopularidad

No es una quimera que lo que ha pasado en el socialismo francés puede repetirse a este lado de los Pirineos

La popularidad y el prestigio del presidente del Gobierno están por los suelos. El «caso Pegasus» no ayuda al inquilino de La Moncloa a levantar cabeza. Es difícil que pueda convencer a ERC de su completa ignorancia en el espionaje del CNI al presidente de la Generalidad, Pere Aragonés. Ya nadie o casi nadie se fía de él. No bastará con ofrecer en bandeja la cabeza de la directora del centro –que eso está hecho– para intentar salvar la legislatura. Pero, aunque este humillante gesto de sumisión apaciguara de momento a los separatistas catalanes, no contribuiría precisamente a prestigiar al presidente Sánchez en el resto de España, sino todo lo contrario. No es extraño que esté resintiéndose ya por esto la campaña de Andalucía, donde pintan bastos para el partido del puño y la rosa, ayer hegemónico.

Se van acumulando razones para este rechazo popular. Los recientes acontecimientos han golpeado con fuerza a la opinión pública. Además del humillante sometimiento a ERC, el entendimiento con Bildu, la incorporación de los herederos de ETA y de los separatistas catalanes a la comisión de secretos oficiales –revelando esos secretos a la salida de la reunión–, la rebelión pública de los ministros podemitas y el aventurerismo con Marruecos y Argelia han agravado la situación hasta extremos desconocidos. Es natural que en el PSOE aumente la preocupación. Los dirigentes regionales se muerden la lengua, pero no quieren ver a Pedro Sánchez por sus feudos ni en pintura. Saben, y lo confiesan en privado, que este hombre no puede pisar la calle de sus pueblos y ciudades porque es mal recibido en todas partes. Ya no suma; ahora resta, te dicen. Los «barones» se contienen para no dar cuartos al pregonero y favorecer aún más a la derecha, que, a este paso, si la situación se prolonga a trancas y barrancas hasta finales de 2023, como quiere Pedro Sánchez, puede arrasar.

La mejora del empleo con la reforma laboral, que el sector podemita del Gobierno se apunta en su cuenta, no compensa en la calle el aumento de la carestía de la vida, que es lo que faltaba y que, si persiste, amenaza con empujar al sanchismo al mayor desastre electoral. El fantasma de la ultraderecha, que es su último agarradero, ya no asusta a casi nadie, como se comprobará el mes que viene en Andalucía. Ya no es una quimera que lo que ha pasado en el socialismo francés puede repetirse a este lado de los Pirineos. Es hoy una hipótesis que está adquiriendo, cada día que pasa, mayor verosimilitud ante la manifiesta impopularidad presidencial.