Opinión

El sínodo de la sinodalidad madrileña

Hay noticias que se comentan con alegría, con esperanza (como virtud teologal o como optimismo laico), pero en todo caso con profunda satisfacción al conocerlas y, por ello contribuimos a contarlas. Pero como es normal, también se producen acontecimientos que se convierten en noticias negativas y tristes, que generan desengaño, preocupación y frustración. Ante esta situación, caben dos actitudes: silenciar y ocultar estos hechos para evitar ser considerado un gafe transmisor de malas nuevas o, por el contrario, discernir si es un deber moral contribuir en dar a conocer la verdad de lo sucedido en la medida en que puede ayudar a rectificar.

Traigo a colación este exordio inicial porque personalmente me encuentro en la tesitura de creer que es procedente comentar un acontecimiento ocurrido este pasado sábado en Madrid con un éxito descriptible: la «clausura o conclusión de la fase diocesana del Sínodo de la Archidiócesis de Madrid». Vaya por delante que el mero enunciado del evento no es como para entusiasmar a la ciudadanía en general y a la feligresía en particular, máxime en una sociedad profundamente secularizada y camino de una apostasía que ha dejado de ser «silenciosa» –como ya afirmara hace ahora veinte años san Juan Pablo II en su exhortación postsinodal «Ecclesia in Europa»– para pasar a ser «pública y ruidosa» en la actualidad.

En el conjunto español y europeo, la Villa y Corte madrileña ha dado y sigue dando sobradas muestras de encontrarse en una muy elevada posición en el ranking –si lo hubiere– de práctica religiosa católica. Para comprobarlo, basta acercarse a cualquier iglesia, templo, convento o parroquia un domingo o fiesta de precepto. También constatar el fervor popular que acompaña las fiestas del calendario litúrgico madrileño: la Almudena, San Isidro, etc. Por tanto, no es fácil explicar la visible ausencia de fieles que ocuparan las miles de blancas sillas preparadas entre la puerta principal de la Catedral de la Almudena y la Plaza de la Armería para participar en la Misa solemne presidida por el Cardenal Arzobispo y en su previo debate. ¿No será que quizás la música, el formato, los actores y actrices, los temas y textos de este debate, muy similar a los precedentes llevados a cabo para ejercer la «sinodalidad», no sean los más adecuados para incidir en una Iglesia más participativa o más «sinodal», que es lo que al parecer se lleva ahora? Sinodalmente o no, nuestra fe se fundamenta en Jesucristo, al que siempre vamos y volvemos a través de Su Madre, Madre de la Iglesia y Madre nuestra.