Cine

Y Johnny cogió su fusil contra el #Metoo

Así de fácil se destroza una reputación. Todo es una película ideológica que señala con el dedo al que no pase por su ambigú.

Ha sido tan escatológico como uno puede esperar de una gran superproducción del Hollywood más gore. Cuando se ponen, lo saben hacer mejor que nadie. El cóctel de braguetas y bragas ha resultado uno de los más tóxicos que ninguno de los dos protagonistas de la historia haya tomado nunca. Alcohólicos, farloperos, adictos a la canalla de cuando Sunsent Boulevard era de verdad la meca de los sueños. Aun así, no hubo nada en el juicio de Johnny Depp y su ex Amber Heard que no estuviera ya escrito en las páginas de «Hollywood Babilonia», el libro de Kenneth Anger, de cuando no había nacido Netflix, o en los famosos cotilleos de Louella Parson y Hedda Hopper, que gozaban de más poder que el ruido catódico de hoy. Y sin embargo, he aquí un escándalo. Hoy nos asustamos de una sombra que vuelve la esquina antes que nosotros y, sobre todo, nos da miedo lo que pensamos, lo que la cabeza no deposita en la almohada. Ese complejo invita al respetable a ponerse «del lado correcto de la Historia». En el caso del juicio, las redes ardían porque la plebe transformó una pelea de pareja en un auto de fe a favor o en contra del # Metoo, lo peor, por otra parte que ha pasado a Occidente, en el mundo de las ideas, en muchas décadas. Las buenas intenciones, e incluso la Justicia, llevadas al extremo, se convierten en una pintura negra de Goya.

Si aquel juicio se hubiera celebrado en España y el juez hubiera tomado la misma determinación, quince millones tendría que pagar Amber por levantar falso testimonio de maltrato contra Depp, el propio Gobierno se alzaría contra el togado para lapidarlo por machista. El pirata cogió el trabuco y se diría, me he metido tanta cocaína que ni por cien cañones por banda, que una rayas más no me van a venir mal, así que me planto. Resulta que las acusadoras, al contrario de lo que dice la ley española, no dicen siempre la verdad, y que un hombre no es culpable, al revés de lo que promulga Irene Montero, hasta que se demuestre lo contrario. Claro que España es un ejemplo extraño de democracia, porque para iguales solo quedan los cupones de la ONCE.

Los productores podrán contratar al actor con la conciencia tranquila, no porque crean que los abusos son deplorables sino porque el público, con las antorchas en alto, empezaría a quemar los cines. Así de fácil se destroza una reputación. Todo es una película ideológica que señala con el dedo al que no pase por su ambigú. ¡Cuántos fantasmas esperan en el armario a que pase la tormenta!