cumbre de la OTAN
En un giro de la historia
Se reedita la rivalidad entre las grandes potencias, en una suerte de nueva Guerra Fría con dos bloques fuertes, enfrentados y claramente dicotómicos, democracias-autarquías
Una duda recurrente que me asalta al mirar atrás es qué pensarían quienes nos precedieron mientras protagonizaban momentos determinantes de la historia. La incógnita de saber si serían conscientes de la trascendencia de lo que ocurría a su alrededor o si creerían que vivían días sin más, como otros cualquiera, si ignoraban que cuanto les rodeaba supondría una línea, un antes y un después en el devenir común. Muchas de las claves para interpretar, comprender y analizar lo que acontece solo se desencriptan a posteriori, sin duda, pero a veces las señales son tan evidentes que sorprende no tomar conciencia de ellas, aunque no sea necesario alcanzar la lucidez de Zweig, ni mucho menos, que percibió con nitidez un nuevo mundo, una nueva realidad. Y recurro a él, precisamente, por ser intérprete cualificado de un tiempo que se asoma a nuestro presente con más insistencia que nunca.
Desde que la invasión en Ucrania sacó a Europa de su sueño de paz, el lapso entre 1939 y 1945 ha resonado de manera reiterada. Primero fue Borrell quien lo devolvió al debate público al describir los primeros días del ataque como unas de «las horas más oscuras desde la Segunda Guerra Mundial» y esta misma semana ha sido Stoltenberg quien ha apuntado a nuestro hoy como «la crisis de seguridad más grave» que afronta la comunidad internacional desde entonces. Salvando las distancias con aquellos años, enlazados ya para siempre con el horror, y teniendo en cuenta que las circunstancias pueden parecerse, pero no se replican, sí surge un paralelismo que constata la hondura de los movimientos geopolíticos a los que asistimos. Tras décadas en que las coordenadas diplomáticas y estratégicas permanecían invariables, la magnitud de la sacudida obliga ahora a implementar otras.
Y la cumbre de la OTAN en Madrid se ha configurado como punto de inflexión, como inequívoca constatación de esa disolución de los roles que hasta ahora guiaban las políticas mundiales y que la bravuconada de Putin, y su recurso a guerras convencionales, casi olvidadas, ha desarticulado: se reedita la rivalidad entre las grandes potencias, en una suerte de nueva Guerra Fría con dos bloques fuertes, enfrentados y claramente dicotómicos, democracias-autarquías; se estrena una Europa más consciente de sí misma, con renovada Alemania, el fin de las tradicionales neutralidades nórdicas y un Báltico transformado en mar de la Alianza Atlántica, y todo ello, envuelto, en fin, en un escenario de seguridad en el que la Defensa retoma la disuasión como misión principal y augura mayores metamorfosis. Luego será o no será, pero qué sensación de nueva era.
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