Pedro Sánchez
Puertas al campo
Hay una suerte de ignorancia en quienes defienden la naturaleza como si fuera una cosa distinta del hombre, como si el hombre no viviera con ella, ni existiera un pacto de mutua conveniencia
Eladio tiene tierras y ganado cerca de una zona protegida en Extremadura. Estos días se pregunta si esa idea de protección responde de verdad a un criterio racional de sostenibilidad, de conservación del medio natural, o a los cálculos burocráticos de legisladores que no tienen la menor idea de lo que es el campo, el ganado y el bosque.
La respuesta se la da el brillo naranja que tiñe el ocaso de los días que incesantes asisten a la desaparición de kilómetros y kilómetros de bosque, de pasto, de vida: el sistema de protección vigente es un absoluto fracaso. Y ya llevan ellos años diciéndolo. Ponerle puertas al bosque, como al campo, es mal negocio.
Ve en la tele a Pedro Sánchez lamentando que el cambio climático mate, justamente delante de unos bidones de gasolina. Es metafórico, claro. No se necesita gasolina en un bosque que no se limpia. Tras el presidente del Gobierno, como escenario de su lamento universal, esqueletos de retamas achicharradas dan testimonio del paso mortal del fuego y a quien quiera leer entre sus líneas le dice que en esa proliferación de arbustos sin control está el combustible que aviva los incendios que matan personas. Claro que sí, le contesta Eladio a Sánchez, aunque no pueda escucharle, claro que el cambio climático mata, pero le carga las armas la imprudencia, el desconocimiento, el insensato y urbanita concepto de que la mejor idea para conservar los bosques es encerrarlos en una urna. ¿Para qué? ¿Para su contemplación desde la distancia como los leones en el safari?
Esa misma mañana Eladio ha visto al presidente. Y al extremeño Fernández Vara, que acudía al pueblo para informarse y vaya si se ha informado. Gabriel, que tiene ganado que hasta hace una década pastó siempre por el bosque, le suelta al presidente de la Junta que están cansados de no poder hacer nada: «que no nos dejan hacer nada», le dice a la cara delante de las cámaras de televisión. Y se acuerda de cómo han vivido siempre con las extensiones de bosque, con los robles, en los alcornocales, cómo el ganado entraba a limpiar, y vaya si lo hacía. Ahora tienen que pasar de largo y dejar que la hierba y la maleza echen raíces y extiendan esa alfombra natural que en los calores deviene en turba incendiaria… bidones de gasolina, o peor.
Hay una suerte de ignorancia en quienes defienden la naturaleza como si fuera una cosa distinta del hombre, como si el hombre no viviera con ella, ni existiera un pacto de mutua conveniencia. No es el ganadero o el agricultor quien depreda el monte o los bosques, sino el especulador que arrasa el bosque para pillar suelo. O el urbanita que estrena botas para pisar la hierba. Claro que hay ganaderos que quemaban para abrir camino al pasto, pero también hay asesinos en las cárceles y mentirosos en la política. De ovejas negras estamos todos saturados. Por cierto, a ver si dejamos también de tirar de esos tópicos que demonizan a los pobres animales.
Eladio tiene un trato especial con las ovejas. Las conoce por sus nombres y sabe lo que da y puede dar cada una. No diría que les tiene cariño, pero si sabe algo del lazo que se rompe cuando vendes o sacrificas a uno de tus animales. Entiende perfectamente el dolor de Julio, a quien ha visto en una foto del periódico casi llorar junto al cadáver hinchado de su yegua que no pudo escapar del fuego. Y la desesperación de Victoriano que trató de salvar a sus ovejas del incendio y murió abrasado con ellas. Por ellas.
Eso no lo saben en la ciudad, ¿para qué? Allí son más de pensar en una naturaleza plástica, en otros animales, sin conocer tampoco mucho de su vida. Bueno, sí, que Eladio ha visto gente con carrera explicar a los ganaderos que las aves necesitan espacios y alimento. Se lo contaron cuando hace un par de años su amigo Rafael intentó llevarse a casa para leña los restos de una encina muerta y tirada cerca del camino. Le metieron una multa del demonio y cuando preguntó le aclararon severos que en ese tronco vivían unos gusanos que alimentaban cuervos y urracas. Cuestión de prioridades. El pijismo legislativo -así le llama su mujer a lo de ponerle puertas al bosque- llega al extremo de que se impida a los ganaderos dejar ganado muerto en el monte como antes se hacía para alimento de los buitres. Ya no. Ahora tiene que pasar el resto por sanidad y son otros los que deciden cómo, cuándo y cuánto dejarán de alimento en el monte. Que será más sano, pero si les preguntaran a los buitres probablemente no podrían pegas al sistema tradicional.
Aquí lo malo es que unos cuantos se erigen en defensores de lo que desconocen. Son esos que legislan rompiendo la tradición de acuerdo con el bosque, del diálogo de verdad con una naturaleza que brotó y creció con y para el hombre y ahora queda sola y aislada; los que ven la vida fuera de las carreteras como un espectáculo del que sólo se puede gozar si uno no dialoga con ella.
Puertas al campo. ¿No era eso el colmo de la imbecilidad? Pues eso es lo que hacen. Eso es cerrar el bosque, aislarlo privándole de limpiarse y renovar. Los incendios no son sólo fruto del cambio climático, sino de haberle estado poniendo desde hace décadas con una contumacia ignorante y criminal puertas al campo.
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