Religion

Desafíos y retos: Nueva época (y II)

Nuestros auténticos problemas y males residen en las actitudes y comportamientos individuales

Es necesario ser lúcidos y estar atentos a lo que nos llega. Se necesita ser lúcidos. Y la lucidez ha de llevarnos a hablar y hablarnos con franqueza, con amistad hacia todos y sin exclusiones. Por mi parte, así lo vengo haciendo desde hace tiempo: dejaría de ser yo si no lo hiciera. Seguiré haciéndolo como hijo fiel de la Iglesia y con el orgullo de ser cristiano que acepta a todos, quiere a todos, respeta a todos y defiende al hombre, como expresión de la gloria de Dios; con una exigencia: que me respeten, que respeten mis firmes convicciones que pienso que son convicciones de Iglesia. Siempre he intentado hablar y hablaré como hombre de fe, guiado por la Palabra, que no está encadenada, con libertad y como hombre de mi tiempo, fiel a mi conciencia. Y dado que le fe que me anima, orienta y mueve no es únicamente para vivirla en el interior de la conciencia y en la esfera privada, sino que es exigencia de la naturaleza de esa fe, inseparable de la razón, ha de proyectarse sobre la ciudad terrena, ofrezco a quien me quiera escuchar lo que a mi modesto entender puedo aportar, desde mi condición propia de Obispo, en esta hora crucial que vivimos. Tengo en la trastienda de mi ser y de mi actuar, y como cañamazo de fondo, el Concilio Vaticano II, cuyo primer documento aprobado fue el de la Liturgia, y que culminó prácticamente con la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual: todo el Concilio está encaminado a renovar la Iglesia y la sociedad, con la que comparte gozos y esperanzas.

Con la sencillez de quien no pretende imponer ni juzgar a nadie, y menos aún de excluir o rechazar, con el gozo de la humildad – que en expresión teresiana es «caminar en verdad»– trataré siempre de ofrecer mi visión ante realidades de nuestra historia,–también la de hoy, de nuestros días– trataré por encima de todo de ofrecer el tesoro que he recibido en el interior de la Iglesia y su Tradición –no lo ocultaré ni lo silenciaré–, que es Jesucristo, que tiene que ver con todo, a quien todo lo humano le afecta y afecta a todo lo humano: Jesucristo, porque no me pertenece y es para todos, y que creo firmemente es la luz que ilumina los desafíos y retos.

El proyecto que parece se pretende imponer conlleva aparejada una crisis del hombre, de valores y principios morales, y de debilitamiento de instituciones tan básicas y fundamentales como la familia, la escuela, la universidad, los medios de comunicación, la misma Iglesia… Cuando se pretende vivir por encima de las posibilidades de uno, cuando la ficción y la especulación se convierten en características intrínsecas del dinero, cuando se sitúa por encima de todo el dinero, cuando no cesan o se acrecientan los casos de corrupción, cuando prima el tener por encima del ser Y nunca parece que se tiene en cuenta todos los ámbitos de tu vida lo suficiente, se está no solo explicando lo más sustancial del «proyecto», se está describiendo una crisis de valores, una crisis de ser, una crisis de humanidad.

Cuando los índices de natalidad son los que son en Europa y especialmente en España, cuando la familia se ha cuarteado de la manera que vemos por la desfiguración de su verdad, por las rupturas familiares y los divorcios exprés, cuando el derecho a la vida atraviesa entre nosotros un momento enormemente crítico y la defensa de la vida no nacida o en fases delicadas se encuentra tan amenazada, cuando se ha perdido el sentido de la eternidad y de Dios y se cuartea la esperanza, o, incluso, cuando el fenómeno de la inmigración no constituye una expresión de generosidad europea sino más bien de egoísmo, cuando huimos de las reglas de las obligaciones, el ahorro de las verdades, y buscamos la comodidad, el dinero fácil, volvemos a encontrarnos de bruces ante una auténtica crisis de valores y la caída en el relativismo. Todo esto favorece el proyecto al que me he referido en este artículo y ante todo ello no podemos cerrar los ojos: algunos los tienen cerrados, hemos de actuar defendiendo lo auténticamente humano, o como dice el Papa Francisco: defender y luchar en pro de la ecología integral. Esto es actuar de manera proactiva, no reaccionaria.

Más allá de soluciones técnicas, económicas y financieras, sin duda necesarias e imprescindibles, nuestros auténticos problemas y males residen en las actitudes y comportamientos individuales. La falta de convicción, la debilidad de los valores propios, la cobardía, el miedo reverencial a un ambiente diferente, aparentemente dominante, constituyen enfermedades y males, y además tienen una enorme capacidad de contagio entre nosotros. La cobardía, el relativismo, el miedo al qué dirán, lo políticamente correcto, se contagian con enorme facilidad entre nosotros mismos. Si la actual crisis económica y financiera no sólo nos llena de incertidumbre sino que, con seguridad, será larga y difícil de atajar su causa profunda, esta crisis de valores todavía es más y será más difícil de hacerle frente. Se pierde el sentido de la vida y con él la esperanza y la capacidad de afrontar las dificultades, no hay razones últimas para esperar, no hay esfuerzo ni capacidad de sacrificio para superar problemas.