Reina Letizia
Cincuenta años
Supone Covina, como apunta también alguien en la radio, que ella tenía una idea aproximada del precio de su compromiso, de la cascada de renuncias que a partir de ese momento tendría que asumir
Esta mañana Covina ha preferido pasear por La Franca en vez de acudir a su cita diaria con el mar en Buelna. El verano ha cerrado la hermosísima cala que la marea alta convierte en piscina, arrastrando a la orilla muchas más algas de lo habitual por culpa del aumento de la temperatura del agua. Que sí, que viene todos los años por estas fechas esta suerte de invasión marina, el ocle, pero nunca ha sido tan abundante y constante como este verano. Era imposible entrar en el agua salvo que se disfrute con la zambullida en una espesa sopa de algas. Ha preferido irse a La Franca con los perros. Lleva encima, como siempre, la radio. Y a las ocho en punto, cuando el sol empieza a hacerse notar sobre los acantilados leves en que descansa Pimiango, sube el volumen para escuchar las primeras opiniones, los primeros comentarios, los apuntes primeros del día que ella empieza siempre a orillas del cantábrico. A Covina le gusta que el amanecer le pille viviendo.
Es el cumpleaños de la Reina Letizia, asturiana de sangre y ejercicio. Cincuenta le caen. Y a Covina le parece que los lleva muy bien. Le agrada esa muchacha que fue periodista y se metió a representar al Estado y su país, primero por amor y luego por responsabilidad. Dicen que su afán de perfección es una garantía de excelencia.
La arena húmeda que deja al aire la bajamar le produce una sensación gratísima mientras camina. Es una fría humedad que resulta estimulante. A su alrededor los perros trotan, olfatean, se pierden entre las cuevas que ya empieza a dejar libres el mar. Recuerda cuando estrechó la mano a los Reyes aquel año en que Colombres fue nombrado pueblo ejemplar. Octubre de 2015, poco más de un año llevaban como reyes Felipe y Letizia. Le preguntó qué tal estaba. Covina, sorprendida, respondió que bien, que feliz de saludarla, que qué gusto le daba verla en su pueblo y cruzar con ella estas frases. Encantada, respondió. Y no le pareció un saludo frío.
La radio recorre y comenta la historia de la joven periodista que hace casi veinte años se enamoró del Príncipe y terminó casándose con él. Recuerda aquel «déjame hablar», cariñoso pero firme que le dio a todo el mundo la primera pista del carácter de la nieta de Menchu Álvarez del Valle, a quien Covi también llegó a conocer años atrás. También evoca la boda, las dificultades de integración en una familia que ni era tan feliz ni reinaba en ella la armonía como se creía, la aparente distancia con Sofía, la comentada desaprobación de Juan Carlos, la dificultad de relación con sus cuñadas. No lo tuvo fácil porque aquella no era una familia común ni su pareja un príncipe azul de cuento de hadas. Supone Covina, como apunta también alguien en la radio, que ella tenía una idea aproximada del precio de su compromiso, de la cascada de renuncias que a partir de ese momento tendría que asumir, de la vida de escaparate y a la vez discreto silencio por la que le tocaría transitar. Pero dio el paso y cambió y puso a su existencia un rumbo de incómodas certezas. Apaga Covi la radio y de regreso al coche, caminando despacio playa arriba desde el dique que contiene la desembocadura del Cabra, piensa en lo lejano que es la verdad de reinar de la historia que cuentan los cuentos, no solo los de hadas, también los que emiten y difunden los activos republicanos patrios. La Corona representa y arma una nación cuando se ejerce con neutralidad exquisita y aplica a sus actos y decisiones el rigor democrático de la dependencia del Gobierno. Es su obligación y su privilegio. En España el Rey reina, pero gobierna quien decide el Parlamento. Y es desde ese poder ejecutivo que se definen y deciden los hechos y los movimientos de la Corona. No hace falta ser constitucionalista para saber que la soberanía del Rey esta topada –palabra de moda, sonríe Covi al aplicarla aquí– en las monarquías democráticas, ni politólogo para entender el valor impagable de la neutralidad, ni sociólogo para captar el calor y el afecto popular que en España se profesa a Felipe VI y a Letizia.
Viene Covina de una familia republicana. Creció en esa tradición y conoce la historia de su país. No discute con republicanos, como su hermano Luis, porque comparte muchos de sus principios y cree también que la herencia no es en rigor el más democrático de los méritos. Pero no alberga la menor, la más mínima duda, de que la Corona española, la Monarquía Democrática que define la Constitución como sistema político, es más eficaz que una república presidencialista. ¿Sería más neutral un presidente partidario? ¿Sería más representativo y vertebrador un hombre o una mujer nacidos en el juego político y elevados desde una ideología concreta? No le parece.
Cumple años Letizia. Medio siglo. Y se le antoja que sus renuncias, su afán de perfección, y su influencia evidente sobre su marido han sido aportaciones positivas para este país, han reforzado el valor de la Monarquía en sus años más difíciles desde el comienzo de la Transición.
Felicidades, doña Letizia, deja el deseo Covi en el aire casi en voz baja; larga vida, Señora.
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