Política
Esa «gente» sencilla, amable, encantadora...
Para arrogarse el sentir de «la gente» hace falta algo más que una batida de ministros descubridores ahora del transporte público
No hay nada más nocivo para la estrategia de un partido, –sobre todo cuando decide desde la posición de gobierno embarcarse en una eterna precampaña– como pasarse de frenada a la hora de plasmar en el negro sobre blanco de las declaraciones públicas según qué aspectos del argumentario político. Resulta curiosamente indicativo, por no hablar de cercano al rubor, el escuchar casi al unísono allá donde quieran oírles a todo un elenco de ministros y ministras del gobierno sus respuestas ante las preguntas de los periodistas sobre cualquier tema de actualidad: «precisamente esta mañana me decía el ascensorista del ministerio…» «no se habla de otra cosa cuando lo escucho cada día a los ciudadanos de a pie en el metro y el autobús»… «es justo de lo que me hablaba hoy el taxista».
Y es que el PSOE lleva un tiempo elevando a la máxima expresión –casi a niveles caricaturescos– dentro de su campaña de supuesta identificación con «la gente», lo que pretende debe acabar germinando en una indisoluble identificación entre las actuaciones del gobierno sumando sus críticas a la oposición –Núñez Feijóo para ser más exactos– y un supuesto sentir de la calle que, de momento solo tiene reflejo en las declaraciones de los ministros entrevista tras entrevista, cuando la realidad bastante distinta lo que refleja es un verdadero y auténtico temor a pisar la calle y a mezclarse con esa gente de la que se habla y se hace bandera, ante el riesgo de que los abucheos sigan formando parte de las informaciones relativas a actos de miembros del gobierno y sobre todo del propio presidente en los que, con triples perímetros de seguridad –como si de una cumbre de la OTAN se tratara– intenta evitarse la irrupción del malestar general de una manera –todo hay que decirlo– a veces espontánea, otras no tanto.
El argumentario «Robin Hood» de culpar de todo a los «ricos» tiene sentido a pie de mercado de abastos solo en determinadas ocasiones, pero se convierte en una bomba de relojería cuando los precios de la alimentación están por las nubes y la cesta de la compra renquea por escuálida. A Manuel Fraga le encantaba pasear por las plazas de mercado y hablar del precio de los garbanzos, pero asumía el riesgo del revolcón y es que para arrogarse el sentir de «la gente» hace falta algo más que una batida de ministros descubridores ahora del transporte público.
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