Editorial

Sánchez pesca en el caos independentista

Que el separatismo se inmole y el constitucionalismo no recobre el pulso retrata una patología política y social

La fractura separatista, que ha finiquitado el gobierno de coalición en Cataluña, culminará en una administración de la Generalitat con tintes de interinidad. El gabinete de ERC en minoría, sumado a la confirmación de Pere Aragonès de que no habrá adelanto electoral, como demandan en Junts, garantiza problemas serios que no pueden ser ignorados. Se avecinan tiempos de zozobra, con mayorías parlamentarias por concretar y con la gobernanza mermada y condicionada a reclutar los votos necesarios para cada proyecto puntual. Transitar por la peor crisis global del siglo y puede que desde el final de la Segunda Guerra Mundial en circunstancias de tanta precariedad ahondará en los riesgos y en la indefensión. Como es la norma, el cainismo independentista ha supeditado el interés general y ha librado el torrente que anega el presente del Principado y el bienestar de sus ciudadanos. Hoy, la urgencia debería ser dotar de estabilidad a la acción ejecutiva de la Generalitat, pero todos los actores implicados en el enredo se aplican en cálculos cortoplacistas y en desbrozar atajos ventajistas. Para Pedro Sánchez, el terremoto instigado por Puigdemont desde Waterloo ha sido un regalo que reportará, si todo se conduce con naturalidad, que en Cataluña es mucho decir, notables ventajas en el desarrollo de la recta final de la legislatura, que es su prioridad. ERC ha sido un aliado consistente, pero siempre desde la posición de fuerza y exigencia que le conferían la aritmética parlamentaria y las urgencias de Sánchez. En el futuro, ya no será así, porque la dependencia es mutua y todo se ha igualado en el nuevo tablero catalán. El presidente del Gobierno se ha encontrado con una situación de ventaja, pero no se puede olvidar que por el camino sus cesiones y renuncias para salvar el cargo han sido calamitosos para la nación y en buena medida han subvertido los equilibrios de la democracia y hasta el orden social. En una entrevista con LA RAZÓN, el líder del PSC, Salvador Illa, que ha acompañado en buena medida las políticas separatistas contra la legalidad y la libertad en distintos ámbitos, especialmente en todo lo referente al procés y a los derechos lingüísticos de los castellanohablantes, se reivindica «como la alternativa» y confirma que no entrará en el gabinete catalán con ERC porque los socialistas «no son independentistas». Pese a todo, en su tono conciliador, tiende su mano a Aragonés para «saber qué quiere hacer y cómo lo quiere hacer», mientras reniega de elecciones. El escenario colaboracionista en Barcelona y Madrid, que parece hecho, se levantará como un parapeto contra el cambio político que Cataluña y España necesitan. Que el separatismo se inmole y el constitucionalismo no recobre el pulso retrata una patología política y social. Sería una sorpresa que el PSC moviera un dedo en revertir siquiera algo de la involución degradante promovida por el régimen «estelado». Sánchez ya tiene vía libre para sus últimos Presupuestos, una bomba de relojería. El constitucionalismo en Cataluña seguirá en su Vía Crucis.